Confuto, latín, "refutar, convencer, rebatir"
Confutación, "impugnación convincente de la opinión contraria"
(en el prólogo de la 1ª parte de El Quijote)

sábado, 16 de noviembre de 2013

CATALUÑA

No le ha ido nada mal a Cataluña formar parte de España. Para justificar la anterior afirmación, forzoso es remontarse a la época de la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Aragón terminó antes su expansión peninsular a costa de territorios en poder de los musulmanes, dedicándose desde entonces a extender con gran éxito su actividad comercial por el Mediterráneo y a la adquisición de nuevos territorios, como Sicilia y Nápoles. No así Castilla, enfrascada en guerras sucesorias y en lucha contras los moros por los últimos territorios que quedaban en sus manos. El sistema político del Reino de Aragón estaba más evolucionado, formando los cuatro Reinos que lo constituían, Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares una especie de Confederación con sus Instituciones propias y un mayor equilibrio entre el Monarca y los estamentos (nobleza, clero y clases altas). Su mayor proyección se produjo en el siglo XIV, destacándose Cataluña por su mayor población y su fachada marítima. Pero, esta situación cambia radicalmente en el siglo siguiente. Cataluña, que había sido el motor de la pujanza del reino aragonés, entra en una decadencia de recesión económica y convulsión social, que llevará, finalmente, junto con las dificultades políticas de los reyes aragoneses, a la unión de las dos coronas principales de la Península (1479), a pesar de sus trayectorias e intereses divergentes. Esa decadencia y esas dificultades tienen múltiples causas, sin las cuales no se habrían dado las condiciones para tal unión, con independencia de las voluntades particulares de Isabel y Fernando y de múltiples intereses en juego. Veamos cuales son esas causas:

La Peste Negra europea fue especialmente dura en Cataluña, con oleadas entre 1347-51, 1362-63, 1371 y 1396-97 y periódicamente durante el s. XV, diezmando su población. Sus 430.000 habitantes de 1365 se vieron reducidos a 278.000 hacia 1497.

2º Una consecuencia de la anterior despoblación fue la crisis del campo. Con una mano de obra escasa y tierras abandonadas, se produjo el choque entre el campesinado y los terratenientes. Unos, por la posesión de tierras que les llevarían a la emancipación de una servidumbre legal, y otros por afianzar sus derechos tradicionales sobre los vasallos. Los levantamientos armados, incendios y asesinatos fueron una constante por parte de esos campesinos vinculados a la tierra (payeses de remença), dándose en la práctica una permanente guerra civil.

3º Una crisis financiera sacudió la Barcelona de finales del XIV, registrándose espectaculares quiebras, entre 1381 y 1383, de los principales bancos privados. La ausencia de capitales propició la irrupción de los financieros italianos como principales banqueros de los reyes de Aragón, y Génova se convirtió en el principal centro financiero del Mediterráneo occidental, arrebatando a Cataluña el control del comercio de las especias, tejidos y granos, y, además, pasó a ser la llave de las exportaciones de lana castellanas a través de los puertos del sur de Castilla.

4º El comercio del Principado comenzó a hundirse hacia 1450, coincidiendo con el recrudecimiento de las convulsiones rurales y con las divergencias entre las clases altas y el rey, que, desde su corte napolitana pedía cada vez más dinero. El poder efectivo fue cayendo cada vez más en manos de la Generalitat, instrumento de una oligarquía cerrada, y a su vez, puesta en entredicho por las clases inferiores. Aparte de las luchas del campesinado contra las clases privilegiadas, otros empezaron a disputarse el poder en las ciudades. En Barcelona existía una lucha feroz entre dos partidos, la Biga y la Busca. El primero era el partido de la oligarquía urbana de rentistas y grandes comerciantes, y el segundo, estaba formado por tejedores, pequeños comerciantes y artesanos. El conflicto, con el rey de por medio, interviniendo con unos y con otros, y envenenándose con problemas sucesorios, terminó en la guerra civil de 1462-72: una guerra entre la monarquía y la clase dirigente, de la Busca contra la Biga, de los campesinos contra sus señores, y de las familias rivales entre sí por el control del Principado.

5º El conflicto civil se internacionalizó, ofreciendo la Generalitat la corona, sucesivamente, a Enrique IV de Castilla, al Condestable de Portugal y a Renato de Anjou. Luis XI de Francia aprovechó la ocasión y se anexionó los condados catalanes de Cerdaña y Rosellón en 1463. En efecto, había concluido la guerra de los 100 años contra Inglaterra (1339-1453) y Francia pudo volver nuevamente sus ojos hacia el Mediterráneo. La guerra civil se inclinó hacia el monarca Juan II, pero, a su muerte en 1479, dejó en herencia a Fernando su país desgarrado y con sus problemas sin resolver.

El Compromiso de Caspe

En paralelo con las circunstancias descritas anteriormente, se habían ido produciendo determinados hechos políticos que apuntalaban la posición de los que propugnaban la unión de las dos Coronas. En 1410 muere Martín I sin descendencia, disputándose el trono varios pretendientes apoyados por distintas facciones. Después de disturbios y enfrentamientos, en 1412 se produce el compromiso de Caspe, mediante el cual, los compromisarios de los distintos reinos de la Corona de Aragón acuerdan proclamar rey a Fernando de Antequera, infante de Castilla, rama menor de los Trastámara y nieto de Pedro IV de Aragón. A pesar de lo impopular de la aproximación entre aragoneses y castellanos (más en el lado castellano), existían fuerzas interesadas en una estrecha aproximación entre las dos coronas. Al fin y al cabo, la rama aragonesa de los Trastámara poseía extensos dominios castellanos.

Había también un transfondo intelectual proclive a la unión de los reinos peninsulares, ya que la palabra España no era una invención nueva. La Hispania romana deriva en la España visigoda, ya que esta monarquía había conseguido unificar toda la península, no sin esfuerzo, después del derrumbe del Imperio romano. Después de la formación de los distintos reinos y condados surgidos en el norte, como consecuencia de la invasión musulmana en el 711, y durante la consolidación de esos reinos y su avance hacia el sur, siempre existió entre ellos un sentimiento común de la unificación perdida y un hilo de legitimidad en la Reconquista, a pesar de las luchas de poder entre los reinos cristianos por acrecentar sus territorios. En el peor de los casos existía el sentimiento geográfico de pertenencia a España. El concepto de España era especialmente querido por un grupo de humanistas en torno al Cardenal Margarit, canciller del padre de Fernando Juan II de Aragón. De manera que, el más interesado en la unión de las dos coronas era la federación catalano-aragonesa metida en un callejón sin salida, con problemas institucionales y financieros irresolubles y asediados por la amenaza expansionista francesa. Así, pues, la alianza con Castilla se convirtió en el objetivo prioritario de su política exterior.

                        

Hay que tener en cuenta la desproporción de habitantes entre los dos reinos. A final del s. XV Castilla tenía de 6 a 7 millones frente al millón (!), aproximadamente, de todo el reino de Aragón (ya se ha dicho que en Cataluña eran unos 278.000). Esto puede parecer inconcebible con los ojos de hoy en día, cuando la España interior está en su mayor parte despoblada y es la periferia la que concentra la población, pero entonces era lo contrario. A pesar de los conflictos internos, Castilla había seguido prosperando, gracias en parte a la producción y al comercio lanero, y expandiéndose. Aragón y Cataluña hicieron un buen negocio, ya que la unión no fue una absorción por parte del más poderoso, sino que ambos reinos siguieron con sus propias instituciones y sus respectivos monarcas, una unión entre iguales. Sin embargo, es Aragón el que va a torcer la trayectoria histórica de Castilla. En 1492 termina la guerra de Granada y en 1493 se consigue recuperar el Rosellón y la Cerdaña. En 1495 los franceses entran en Nápoles, en manos de una rama menor de la casa de Aragón, y fuerza a los españoles a intervenir, enviando al Gran Capitán, y expulsando a los franceses en 1504, convirtiendo a Nápoles en otro reino de la monarquía española. Y todo ello con hombres y recursos de Castilla. A partir de la unión, y en virtud de la desigual relación de los reyes españoles con la Cortes de uno y otro reino, casi siempre fue imposible obtener recursos de las aragonesas y sí de las castellanas, mucho más débiles y manipulables frente a la corona.

El Gran Capitán en Ceriñola

Dando un salto de cien años, nos encontramos con una situación radicalmente distinta: la monarquía hispana se encuentra en serias dificultades, y en confrontamiento permanente con Inglaterra, Francia, Holanda y el norte de África. Todo el esfuerzo militar y económico seguía cayendo sobre la, por entonces, exhausta y en gran parte ya despoblada Castilla. En esas circunstancias, el Conde-Duque de Olivares requiere a las demás partes de la corona su contribución en hombres y dineros a las necesidades comunes. Algo aportan Aragón y Valencia; menos Portugal y nada Cataluña. La insistencia de Olivares, con ocasión de las nuevas hostilidades con Francia, desata la rebelión de Cataluña apoyada por los franceses. Se queja Olivares al virrey Santa Coloma:

Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...

Lo mismo ocurre con Portugal, abriéndose dos frentes imposibles de cerrar. El resultado es la separación definitiva de Portugal y, la menos conocida de Cataluña (1641), la cual entra a depender de la Corona francesa. No debió irle muy bien a Cataluña la experiencia, porque 11 años después y a petición de los propios catalanes, tropas españolas vuelven a posibilitar el retorno del Principado. Eso sí, se aceptaron los antiguos fueros y privilegios (los de la nobleza, las clases altas y el clero), esto es, su no contribución fiscal a las vacías arcas de la corona.

                                                

Otro gran conflicto se produce unos 50 años más tarde, con ocasión de la guerra de sucesión. Una guerra civil y no otra cosa, como afirma el nacionalismo actual. Cataluña, esto es, las clases dominantes, deciden apoyar la causa del candidato austríaco a la corona de España. Esto no fue así al principio, ya que nadie cuestionó la legitimidad de Felipe V en Cataluña, puesto que se prometió el mantenimiento de leyes y privilegios, pero pronto debieron darse cuenta del carácter centralista de la nueva dinastía, y proclamaron rey al pretendiente austríaco y solicitaron la intervención inglesa. Pero no había un sentimiento antiespañol, sino antifrancés. Se dieran cuenta de los peligros que suponía caer en la órbita francesa: la pérdida de los fueros y privilegios. Al fin y al cabo, los tiempos apuntaban en otra dirección. A la vista estaba el absolutismo de Luis XIV o la supresión de los parlamentos regionales en Inglaterra. En realidad, lo que ocurrió con la victoria del francés fue un paso hacia un mundo menos feudal. La tan aireada supresión de los derechos del pueblo, es pura fantasía. El pueblo, como sujeto de una supuesta alma colectiva, es concepto surgido en el s. XIX a partir del Romanticismo. Ni siquiera la Revolución francesa se hizo en nombre del pueblo, sino del Tercer Estado, esto es, de la burguesía, aunque tuvieran luego que ampliar el concepto.

Felipe V

Unos 100 años más tarde se produce otro gran choque con Francia: la invasión napoleónica. A medias, guerra de liberación y guerra civil, Cataluña tuvo bien claro contra quién luchaba. En 1810 Napoleón se anexiona todo el territorio comprendido entre los Pirineos y el Ebro, en contra de su propio hermano el rey José, y, en concreto, divide a Cataluña en cuatro departamentos, a la manera francesa, y anexionándolos al Imperio. Eran estos: Ter, Montserrat, Bocas del Ebro y Segre, con capitales respectivamente en Gerona, Barcelona, Lérida y Puigcerdá.

En resumen, parece bastante claro que, desde que en el s. IX, formaba parte de la Marca Hispánica, anexionada por Carlomagno, Cataluña ha estado siempre escapando de la anexión francesa, y, no lo olvidemos, gracias al parapeto español. Sin él, con toda probabilidad, Cataluña sería hoy parte de Francia, dividida en departamentos como los demás, con la pérdida de su identidad como conjunto, como ya ocurrió con la Cerdaña y el Rosellón, y el francés como único idioma. Y esto no es Historia-ficción. Francia ha estado incorporando territorios (reinos, condados, ducados…) hasta casi el final del s. XIX, bien por herencia, alianzas matrimoniales o conquistas, y el resultado es conocido.

Para aquéllos para los que los anteriores argumentos no sean convincentes, y crea, como los nacionalistas de ahora, que Cataluña ha sido conquistada y expoliada por España, los hechos muestran todo lo contrario, ya que, durante los siglos XIX y XX, Cataluña se ha ido posicionando a la vanguardia del progreso del país, a veces en detrimento del progreso de otros, siempre con proteccionismo aduanero, con actuación de lobbies en su beneficio, etc., al margen de vicisitudes que han alcanzado a todos, y, por tanto, si hubiese sido conquistada y expoliada, estaría a la cola de las regiones y no a la cabeza. Sería un contrasentido. Otros sí han sido expoliados, despoblados y empobrecidos. No hace falta decir cuales. No, no le ha ido nada mal a Cataluña formar parte de España.

El nuevo sistema fiscal de acuerdo con la Constitución de Cádiz de 1812, luego anulada y combatida principalmente por quienes añoraban el viejo régimen, se basaba en las siguientes proposiciones:
Que no ha de haber aduanas interiores.
Que el cupo de cada provincia ha de ser correspondiente a su riqueza.
Que las contribuciones se han de repartir entre todos los españoles en proporción a sus facultades.
Juzguen Uds. si no se han tirado 200 años a la basura, ¿o han sido 550?

Lo que el nacionalismo actual ha venido en llamar insistentemente pérdida de las libertades del pueblo, en realidad ha sido pérdida de los fueros y privilegios de las clases estamentales, en línea con las demás naciones, y, lamentablemente, proceso fallido en España, dada la singular aberración de la situación vasca y navarra presente, y las ambiciones nacionalistas catalanas. En el pasado éramos menos hipócritas; hoy, los intereses inconfesables de algunas clases se camuflan con la capa del nacionalismo. Parece que hemos vuelto a la Edad Media: las Autonomías presentes equivalen a los condados y ducados de antaño, en conflicto permanente entre ellos y todos contra el débil poder central, el Rey entonces, el Estado hoy. Y lo que solemos llamar el pueblo, ¿qué papel juega en todo esto? Servir de carne de cañón a los intereses de los poderosos, hoy como ayer, manipulados, “humillados y ofendidos”, muertos y desterrados. Decía Stefan Zweig en Un mundo de ayer que el nacionalismo es la peste, esa enfermedad contagiosa colectiva, causante de tantos males en la Europa de los últimos dos siglos. Algo debería saber el que se suicidó por no soportar el paso de las dos guerras mundiales.


Nota. Fuentes: Elliot, Vicens Vives, Maragall, Marañón, Fernández Álvarez, Artola.

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