No le ha ido
nada mal a Cataluña formar parte de España. Para justificar la anterior afirmación, forzoso es remontarse a la época
de la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Aragón terminó antes su
expansión peninsular a costa de territorios en poder de los musulmanes,
dedicándose desde entonces a extender con gran éxito su actividad comercial por
el Mediterráneo y a la adquisición de nuevos territorios, como Sicilia y
Nápoles. No así Castilla, enfrascada en guerras sucesorias y en lucha contras
los moros por los últimos territorios que quedaban en sus manos. El sistema
político del Reino de Aragón estaba más evolucionado, formando los cuatro
Reinos que lo constituían, Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares una especie de
Confederación con sus Instituciones propias y un mayor equilibrio entre el
Monarca y los estamentos (nobleza, clero y clases altas). Su mayor proyección
se produjo en el siglo XIV, destacándose Cataluña por su mayor población y su
fachada marítima. Pero, esta situación cambia radicalmente en el siglo
siguiente. Cataluña, que había sido el motor de la pujanza del reino aragonés,
entra en una decadencia de recesión económica y convulsión social, que llevará,
finalmente, junto con las dificultades políticas de los reyes aragoneses, a la
unión de las dos coronas principales de la Península (1479), a pesar de sus trayectorias e
intereses divergentes. Esa decadencia y esas dificultades tienen múltiples
causas, sin las cuales no se habrían dado las condiciones para tal unión, con
independencia de las voluntades particulares de Isabel y Fernando y de
múltiples intereses en juego. Veamos cuales son esas causas:
1º La Peste Negra
europea fue especialmente dura en Cataluña, con oleadas entre 1347-51, 1362-63,
1371 y 1396-97 y periódicamente durante el s. XV, diezmando su población. Sus
430.000 habitantes de 1365 se vieron reducidos a 278.000 hacia 1497.
2º Una consecuencia de la anterior despoblación fue la crisis del campo.
Con una mano de obra escasa y tierras abandonadas, se produjo el choque entre
el campesinado y los terratenientes. Unos, por la posesión de tierras que les
llevarían a la emancipación de una servidumbre legal, y otros por afianzar sus
derechos tradicionales sobre los vasallos. Los levantamientos armados,
incendios y asesinatos fueron una constante por parte de esos campesinos
vinculados a la tierra (payeses de
remença), dándose en la práctica una permanente guerra civil.
3º Una crisis financiera sacudió la Barcelona de finales del XIV, registrándose
espectaculares quiebras, entre 1381 y 1383, de los principales bancos privados.
La ausencia de capitales propició la irrupción de los financieros italianos
como principales banqueros de los reyes de Aragón, y Génova se convirtió en el
principal centro financiero del Mediterráneo occidental, arrebatando a Cataluña
el control del comercio de las especias, tejidos y granos, y, además, pasó a
ser la llave de las exportaciones de lana castellanas a través de los puertos
del sur de Castilla.
4º El comercio del Principado comenzó a hundirse hacia 1450, coincidiendo
con el recrudecimiento de las convulsiones rurales y con las divergencias entre
las clases altas y el rey, que, desde su corte napolitana pedía cada vez más
dinero. El poder efectivo fue cayendo cada vez más en manos de la Generalitat ,
instrumento de una oligarquía cerrada, y a su vez, puesta en entredicho por las
clases inferiores. Aparte de las luchas del campesinado contra las clases
privilegiadas, otros empezaron a disputarse el poder en las ciudades. En
Barcelona existía una lucha feroz entre dos partidos, la Biga
y la Busca.
El primero era el partido de la oligarquía urbana de rentistas
y grandes comerciantes, y el segundo, estaba formado por tejedores, pequeños
comerciantes y artesanos. El conflicto, con el rey de por medio, interviniendo
con unos y con otros, y envenenándose con problemas sucesorios, terminó en la
guerra civil de 1462-72: una guerra entre la monarquía y la clase dirigente, de
la Busca contra la Biga ,
de los campesinos contra sus señores, y de las familias rivales entre sí por el
control del Principado.
5º El conflicto civil se internacionalizó, ofreciendo la Generalitat
la corona, sucesivamente, a Enrique IV de Castilla, al Condestable de Portugal
y a Renato de Anjou. Luis XI de Francia aprovechó la ocasión y se anexionó los
condados catalanes de Cerdaña y Rosellón en 1463. En efecto, había concluido la
guerra de los 100 años contra Inglaterra (1339-1453) y Francia pudo volver nuevamente
sus ojos hacia el Mediterráneo. La guerra civil se inclinó hacia el monarca
Juan II, pero, a su muerte en 1479, dejó en herencia a Fernando su país
desgarrado y con sus problemas sin resolver.
El Compromiso de Caspe |
En paralelo con las circunstancias descritas anteriormente, se habían ido
produciendo determinados hechos políticos que apuntalaban la posición de los
que propugnaban la unión de las dos Coronas. En 1410 muere Martín I sin
descendencia, disputándose el trono varios pretendientes apoyados por distintas
facciones. Después de disturbios y enfrentamientos, en 1412 se produce el
compromiso de Caspe, mediante el cual, los compromisarios de los distintos
reinos de la Corona
de Aragón acuerdan proclamar rey a Fernando de Antequera, infante de Castilla, rama
menor de los Trastámara y nieto de Pedro IV de Aragón. A pesar de lo impopular
de la aproximación entre aragoneses y castellanos (más en el lado castellano),
existían fuerzas interesadas en una estrecha aproximación entre las dos
coronas. Al fin y al cabo, la rama aragonesa de los Trastámara poseía extensos
dominios castellanos.
Había también un transfondo intelectual proclive a la unión de los reinos
peninsulares, ya que la palabra España no era una invención nueva. La Hispania romana deriva en
la España visigoda,
ya que esta monarquía había conseguido unificar toda la península, no sin
esfuerzo, después del derrumbe del Imperio romano. Después de la formación de
los distintos reinos y condados surgidos en el norte, como consecuencia de la
invasión musulmana en el 711, y durante la consolidación de esos reinos y su
avance hacia el sur, siempre existió entre ellos un sentimiento común de la
unificación perdida y un hilo de legitimidad en la Reconquista , a pesar
de las luchas de poder entre los reinos cristianos por acrecentar sus
territorios. En el peor de los casos existía el sentimiento geográfico de
pertenencia a España. El concepto de España era especialmente querido por un
grupo de humanistas en torno al Cardenal Margarit, canciller del padre de
Fernando Juan II de Aragón. De manera que, el más interesado en la unión de las
dos coronas era la federación catalano-aragonesa metida en un callejón sin
salida, con problemas institucionales y financieros irresolubles y asediados
por la amenaza expansionista francesa. Así, pues, la alianza con Castilla se
convirtió en el objetivo prioritario de su política exterior.
Hay que tener en cuenta la desproporción de habitantes entre los dos reinos. A final del s. XV Castilla tenía de
El Gran Capitán en Ceriñola |
Dando un salto de cien años, nos encontramos con una situación radicalmente
distinta: la monarquía hispana se encuentra en serias dificultades, y en
confrontamiento permanente con Inglaterra, Francia, Holanda y el norte de
África. Todo el esfuerzo militar y económico seguía cayendo sobre la, por
entonces, exhausta y en gran parte ya despoblada Castilla. En esas
circunstancias, el Conde-Duque de Olivares requiere a las demás partes de la corona
su contribución en hombres y dineros a las necesidades comunes. Algo aportan
Aragón y Valencia; menos Portugal y nada Cataluña. La insistencia de Olivares, con
ocasión de las nuevas hostilidades con Francia, desata la rebelión de Cataluña
apoyada por los franceses. Se queja Olivares al virrey Santa Coloma:
“Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que
tenga otra igual a ella... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su
rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los
peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las
plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de
echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...”
Lo mismo ocurre con Portugal, abriéndose dos frentes imposibles de cerrar.
El resultado es la separación definitiva de Portugal y, la menos conocida de
Cataluña (1641), la cual entra a depender de la Corona francesa. No debió
irle muy bien a Cataluña la experiencia, porque 11 años después y a petición de
los propios catalanes, tropas españolas vuelven a posibilitar el retorno del
Principado. Eso sí, se aceptaron los antiguos fueros y privilegios (los de la
nobleza, las clases altas y el clero), esto es, su no contribución fiscal a las
vacías arcas de la corona.
Otro gran conflicto se produce unos 50 años más tarde,
con ocasión de la guerra de sucesión. Una guerra civil y no otra cosa, como
afirma el nacionalismo actual. Cataluña, esto es, las clases dominantes,
deciden apoyar la causa del candidato austríaco a la corona de España. Esto no
fue así al principio, ya que nadie cuestionó la legitimidad de Felipe V en
Cataluña, puesto que se prometió el mantenimiento de leyes y privilegios, pero
pronto debieron darse cuenta del carácter centralista de la nueva dinastía, y
proclamaron rey al pretendiente austríaco y solicitaron la intervención
inglesa. Pero no había un sentimiento antiespañol, sino antifrancés. Se dieran
cuenta de los peligros que suponía caer en la órbita francesa: la pérdida de
los fueros y privilegios. Al fin y al cabo, los tiempos apuntaban en otra
dirección. A la vista estaba el absolutismo de Luis XIV o la supresión de los
parlamentos regionales en Inglaterra. En realidad, lo que ocurrió con la
victoria del francés fue un paso hacia un mundo menos feudal. La tan aireada
supresión de los derechos del pueblo,
es pura fantasía. El pueblo, como
sujeto de una supuesta alma colectiva, es concepto surgido en el s. XIX a
partir del Romanticismo. Ni siquiera la Revolución francesa se hizo en nombre del pueblo,
sino del Tercer Estado, esto es, de la burguesía, aunque tuvieran luego que
ampliar el concepto.
Felipe V |
Unos 100 años más tarde se produce otro gran choque con Francia: la
invasión napoleónica. A medias, guerra de liberación y guerra civil, Cataluña
tuvo bien claro contra quién luchaba. En 1810 Napoleón se anexiona todo el
territorio comprendido entre los Pirineos y el Ebro, en contra de su propio
hermano el rey José, y, en concreto, divide a Cataluña en cuatro departamentos,
a la manera francesa, y anexionándolos al Imperio. Eran estos: Ter, Montserrat,
Bocas del Ebro y Segre, con capitales respectivamente en Gerona, Barcelona,
Lérida y Puigcerdá.
En resumen, parece bastante claro que, desde que en el s. IX, formaba parte de la Marca Hispánica ,
anexionada por Carlomagno, Cataluña ha estado siempre escapando de la anexión
francesa, y, no lo olvidemos, gracias al parapeto español. Sin él, con toda
probabilidad, Cataluña sería hoy parte de Francia, dividida en departamentos como
los demás, con la pérdida de su identidad como conjunto, como ya ocurrió con la Cerdaña y el Rosellón, y
el francés como único idioma. Y esto no es Historia-ficción. Francia ha estado
incorporando territorios (reinos, condados, ducados…) hasta casi el final del
s. XIX, bien por herencia, alianzas matrimoniales o conquistas, y el resultado
es conocido.
Para aquéllos para los que los anteriores argumentos no
sean convincentes, y crea, como los nacionalistas de ahora, que Cataluña ha
sido conquistada y expoliada por España, los hechos muestran todo lo contrario,
ya que, durante los siglos XIX y XX, Cataluña se ha ido posicionando a la
vanguardia del progreso del país, a veces en detrimento del progreso de otros,
siempre con proteccionismo aduanero, con actuación de lobbies en su beneficio, etc., al margen de vicisitudes que han
alcanzado a todos, y, por tanto, si hubiese sido conquistada y expoliada, estaría
a la cola de las regiones y no a la cabeza. Sería un contrasentido. Otros sí han sido expoliados,
despoblados y empobrecidos. No hace falta decir cuales. No, no le ha ido nada mal a Cataluña formar
parte de España.
El nuevo sistema fiscal de acuerdo con la Constitución de Cádiz
de 1812, luego anulada y combatida principalmente por quienes añoraban el viejo
régimen, se basaba en las siguientes proposiciones:
1º Que no ha de haber aduanas
interiores.
2º Que el cupo de cada provincia ha
de ser correspondiente a su riqueza.
3º Que las contribuciones se han de
repartir entre todos los españoles en proporción a sus facultades.
Juzguen Uds. si no se han tirado 200 años a la basura, ¿o
han sido 550?
Lo que el nacionalismo actual ha venido en llamar insistentemente pérdida
de las libertades del pueblo, en realidad ha sido pérdida de los fueros y
privilegios de las clases estamentales, en línea con las demás naciones, y,
lamentablemente, proceso fallido en España, dada la singular aberración de la
situación vasca y navarra presente, y las ambiciones nacionalistas catalanas. En
el pasado éramos menos hipócritas; hoy, los intereses inconfesables de algunas clases
se camuflan con la capa del nacionalismo. Parece que hemos vuelto a la Edad Media : las
Autonomías presentes equivalen a los condados y ducados de antaño, en conflicto
permanente entre ellos y todos contra el débil poder central, el Rey entonces,
el Estado hoy. Y lo que solemos llamar el pueblo,
¿qué papel juega en todo esto? Servir de carne de cañón a los intereses de los
poderosos, hoy como ayer, manipulados, “humillados y ofendidos”, muertos y
desterrados. Decía Stefan Zweig en Un
mundo de ayer que el nacionalismo es la peste, esa enfermedad contagiosa
colectiva, causante de tantos males en la Europa de los últimos dos siglos. Algo debería
saber el que se suicidó por no soportar el paso de las dos guerras mundiales.
Nota. Fuentes: Elliot, Vicens
Vives, Maragall, Marañón, Fernández Álvarez, Artola.
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