Mar del Sur. Fue la denominación
que Vasco Núñez de Balboa dio al Océano Pacífico cuando en 1513 lo divisó por
primera vez después de atravesar el istmo de Panamá. Este año, por tanto, se
cumplen 500. Apenas podemos darnos cuenta hoy en día de la dimensión de la
hazaña, atravesando selvas vírgenes, aguas pantanosas, caimanes, insectos,
enfermedades y temperaturas y humedad altísimas, hasta divisar desde lo alto de
una montaña el nuevo “mar” descubierto. En virtud del tratado de Tordesillas entre
Portugal y España, a ésta le correspondía el descubrimiento y colonización de
las Américas y todo el Pacífico hasta las islas de las Especias o de las
Molucas (Célebes), límite impreciso que estaba en disputa con los portugueses,
los cuales ya se habían asentado allí. Con el propósito de dilucidar esos límites,
en 1519 Fernando de Magallanes dobla la punta meridional de América por el
estrecho que lleva su nombre y remonta por las costas chilenas, dando el gran
salto hasta las Filipinas, y pasando entre las Marquesas y las Islas de la Sociedad , las Marshall y
las Marianas (ó Ladrones). Moriría en lucha con los nativos y tomaría el mando
Elcano, que volvería en 1522 con una sola nave, la Victoria ,
a través de los estrechos de Malaca y el Cabo de Buena Esperanza, con 18
hombres y las bodegas repletas de especias. Fue la primera circunnavegación del
globo. Otros navegantes partieron del Perú con el propósito de descubrir
Australia y colonizar los Mares del Sur,
como Legazpi en 1564 (Guam, Marshall, Carolinas, fundó Manila); Álvaro de
Mendaña, en dos viajes entre 1567 y 1595 (Tuvalu, las Florida, las Marshall,
Guadalcanal, las Wake, las Cook, las Marquesas, las Salomón); Fernández de
Quirós en 1605 (Tuamotu, Nuevas Hébridas); Torres en 1606, que navegó por el
estrecho que lleva hoy su nombre (Nueva Guinea y el cabo de York en Australia),
y bautizaron con nombres españoles la mayoría de las islas del Pacífico aunque
muchos no subsistieran
debido a su
ocupación posterior por otras Potencias.
A destacar Urdaneta, que
descubrió la ruta de vuelta desde las Filipinas a Nueva España. El viaje se iniciaba en dirección norte, y al llegar a
la latitud de Japón, lograban salir de la influencia dominante del alisio y,
desde allí, aprovechando las corrientes y los vientos en dirección Este, llegaban
a Acapulco (1565). La circulación de los vientos y corrientes del pacífico Norte es análoga a la de los del
Atlántico Norte. Este viaje supuso el descubrimiento de la ruta de navegación
más corta entre Asia y América, rumbo que siguió sistemáticamente hasta 1815 el Galeón
de Manila. Éste hacia dos viajes anuales: partía de Acapulco con plata, y
en Manila cargaba mercancías de China y Molucas, sedas, porcelanas, especias,
lacas… Desde Acapulco, las mercancías eran transportadas por tierra hasta
Méjico y Veracruz, y desde allí a España y Europa.
La decadencia española del XVII permitió a los
holandeses controlar las Islas de las Especias, por lo que en 1663 España
abandonó su última fortaleza en las Molucas, y su actividad se limitó,
prácticamente, al tráfico con Filipinas. Pero, hasta el siglo XVIII no veremos
las grandes expediciones cartográficas y científicas, en las que, gracias a la
invención del cronógrafo de precisión, se pudo fijar la longitud y, por lo
tanto, confeccionar cartas náuticas precisas. Es el momento de las grandes
navegaciones de Cook, de Bouganville, de Malaspina.
Los Mares del sur, que poblaron nuestra imaginación
juvenil espantando los fantasmas de la adolescencia... Las tardes y noches de
lecturas en compañía de Salgari, luchando con piratas en los estrechos de
Malaca y Borneo y huyendo de caníbales en la Melanesia ; de Jack
London, escapando a las fuerzas ciegas de la naturaleza o a la furia de los
hombres, embarcando a bordo de balleneros o recorriendo las costas de Alaska; de Robert L. Stevenson, surcando mares de añil y recorriendo níveas playas bordadas de cocoteros, con nativas semidesnudas y pescadores de perlas. Aventureros, traficantes y contrabandistas. Todo el ingenuo idealismo y también toda la escoria de los siete mares. Extraño caso el de Stevenson, enfermo de tuberculosis, que embarcó con su mujer y los hijos de ésta a bordo del Casco en San Francisco rumbo a las islas del Pacífico Sur. Después de deambular por Hawaii, las Gilbert, Tahiti, las Marquesas, las Tuamotu… se aposentó en Samoa, donde falleció a los 44 años. Es en el siglo XIX cuando los veleros más rápidos y los buques de vapor van a transformar por completo el Pacífico con la colonización y la intervención de las Potencias. Aparecen los evangelizadores anglo-americanos (protestantes) y franceses (católicos), que visten de pies a cabeza a los nativos. Se produce una aculturación paulatina y aparecen las enfermedades venéreas. Ya Pierre Loti, escritor y marino, alerta de esa aculturación y pérdida de valores y tradiciones, y los cuadros de Gauguin nos muestran una atmósfera de la Polinesia triste, húmeda y sombría.
Y
qué decir del siglo XX. El mar americano en el que se había convertido el Pacífico
choca contra el expansionismo japonés, con las consecuencias ya conocidas.
Después de la 2ª guerra mundial, ese mundo ya es otro mundo. La aculturación de
las islas es completa. En palabras de Paul Theroux, los nativos se han vuelto gordos e
indolentes, atiborrados de carne enlatada japonesa y cerveza australiana. Los
mismos que habían sido grandes navegantes e inventado la canoa con balancín. Aún
asistimos en ese siglo a alguna aventura singular como la travesía de Thor
Heyerdahl en la balsa Kon-Tiki desde el Perú a las Tuamotu. El Pacífico es hoy
el centro de gravedad económico del mundo, pero para Occidente habrá perdido su
imaginario: las nuevas generaciones no leen historia, ni libros de aventuras,
ni ven cine antiguo. Todo lo más, sueñan con el turismo de lujo que se vende en
las agencias de viajes, y cuya máxima aventura es bucear en un metro de agua
observando a rayas indefensas.