Desde
la época de los Reyes Católicos y siguiendo una costumbre medieval, en
municipios de Castilla existía el "arca de privilegios" también
llamada arca de las tres llaves. En la Pragmática de 9 de
junio de 1500 se disponía "la obligación de los Corregidores a haçer casas de
Conçejo y carçel do no la hubiere y arca
en que se custodien los privilegios y escrituras y los libros de leyes del
Reyno". Este sistema obligaba a
los ayuntamientos y concejos a tener un arca destinada a Archivo y a
efectuar inventarios de los documentos en ella depositados. Debían
reunirse el alcalde, uno de los regidores y el escribano del concejo, y los
tres, cada uno con su llave y por riguroso orden, abrían las tres cerraduras que destapaban los papeles fundamentales para la vida
local: Privilegios Reales, Fueros, Pragmáticas, Reales Órdenes, Cuentas de
Propios,…la vida escrita de la comunidad: la fe pública de sus derechos, de sus
bienes, de su vida.
En tiempos de Felipe II, las obras públicas se acometían
con criterios no muy diferentes a los de hoy en día. Se realizaban proyectos,
se levantaban planos y maquetas, después de estudiar todas las condiciones
naturales, topográficas, etc. Estos estudios eran presentados a los Concejos
que encargaban las obras, como, así mismo, al Rey y sus ingenieros, si eran de
suficiente entidad. Todos estos estudios previos eran necesarios para poder
realizar la almoneda o subasta de las
obras, cuyas condiciones eran fijadas en
las capitulaciones, hoy diríamos las
especificaciones y demás condiciones contractuales de ejecución y garantías. La
mayoría de las adjudicaciones de las obras se hacían en pública subasta, previo
pregón de los Concejos en distintas Villas y lugares, por la mejor oferta o
postura. El adjudicatario de la subasta tenía que entregar una carta de obligación que era un
compromiso de llevar a cabo la obra dentro de los plazos y condiciones
técnicas, así como la entrega de las fianzas otorgadas por los avalistas.
Si la obra era de gran importancia, el Rey y su aparato administrativo no eran ajenos a la organización técnica y administrativa de las obras. El proyecto debía ser aprobado y establecido el procedimiento de recaudación de fondos. Se nombraba un Veedor, persona puesta por la propiedad: máxima autoridad técnica y administrativa con control presupuestario y encargado de las compras de materiales y herramientas, compras de las que tenía que dar parte a
Hasta aquí todo lo resumido, de forma muy simplificada,
puede resultar natural para quien esté familiarizado con los procedimientos que
hoy en día se emplean en la construcción de obras públicas, aunque pueda
sorprender que así sea. No hay nada nuevo bajo el sol. Desde luego, las cosas
no se hacían con frivolidad. Diremos, además, que las obras debían ser
costeadas, en general, por los vecinos de las villas que más directamente se
beneficiaban de ellas.
Es curioso que, en nuestros días, no exista rastro
del arca de las tres llaves, o al
menos, existió hasta un momento reciente, al menos metafóricamente. El arca de las tres llaves era un
procedimiento para evitar que alguien metiera “la mano en la caja” indebidamente.
Cuando se produjo la transición política española, existían en los
Ayuntamientos españoles tres puestos decisivos, el Secretario General, el
Interventor y el Depositario. Eran cuerpos nacionales que venían de antes de la
guerra civil y que habían surgido con el propósito de limitar los poderes
arbitrarios de los caciques territoriales sobre Ayuntamientos y Diputaciones. Aquéllos
eran puestos inamovibles que dependían del Estado central y no podían ser
destituidos ni ser nombrados por los alcaldes. El Secretario General
certificaba la legalidad de los acuerdos municipales; el Interventor daba su
aprobación a los gastos siempre que no se salieron del presupuesto, y el Depositario
controlaba el dinero y autorizaba los pagos. Ya tenemos aquí una suerte de arca de las tres llaves. La analogía no
puede ser más estrecha. El Corregidor
con el Secretario General, el Veedor
con el Interventor y el Pagador con
el Depositario. Pero he aquí, que con los nuevos Ayuntamientos democráticos,
ese sistema era visto por los nuevos regidores como una aberración franquista
que había que eliminar. Y se eliminó. Ese control burocrático, se decía, lo
único que hacía era entorpecer el progreso y para eso estaban los nuevos
regidores elegidos democráticamente. De modo que, fuera la antigua legalidad y
vuelta al poder político incontrolado. En lugar de reformar la burocracia, se
instalan favores políticos clientelares y cargos sectarios. Todos los desmanes
políticos y administrativos a los que asistimos actualmente, las obras faraónicas
innecesarias, los déficits infinitos, se derivan de esa falta de control, de esa
voladura del control de las leyes y de los presupuestos. De la voladura del arca de las tres llaves.