Confuto, latín, "refutar, convencer, rebatir"
Confutación, "impugnación convincente de la opinión contraria"
(en el prólogo de la 1ª parte de El Quijote)

martes, 25 de febrero de 2014

EUROPA Y EL ISLAM - S. VIII

Una de las ideas centrales de la obra de Henry Pirenne, Las ciudades de la Edad Media (de la obra Las ciudades y las instituciones urbanas), es la que, con ocasión del empuje islámico sobre Occidente, provoca el derrumbe en poco tiempo de la sociedad hasta entonces vigente y su forma de entender el mundo, fuertemente enraizada sobre las bases de la Antigüedad. Es lo que Pirenne llama punto de ruptura, a partir del cual el orden tradicional de Europa sufre una desviación en su evolución histórica debido a la invasión musulmana.
La invasión del Islam (Oriente próximo, norte de África y España), tuvo un carácter de cataclismo y supuso el cierre del Mediterráneo en el s. VIII. Por supuesto no se produce una ruptura brusca con el pasado, puesto que la invasión fue detenida, salvo en España, y sólo una ocupación como la que tuvo lugar aquí hubiera podido borrar todo vestigio cultural, pero sí fue lo suficientemente importante como para que surgiera un nuevo orden autóctono, base de la Europa medieval.
Podemos decir que Europa, con anterioridad al siglo VIII, enraizada con la tradición romana, arrastraba, sin embargo, una existencia lánguida, producto del derrumbamiento del Imperio a cuya órbita pertenecía, y del establecimiento de nuevas unidades territoriales: los reinos germánicos. Estos pueblos germánicos no buscaban la destrucción del mundo romanizado, sino que codiciaban constituir sus propios Estados a orillas del Mediterráneo, generalmente aprovechando las estructuras sociales y culturales existentes, aunque, eso sí, destruyendo la estructura política romana. Así, en España se da la consolidación del reino visigodo, no sin grandes dificultades, durante 200 años, para ser borrada de golpe por la invasión en el 711. En el Reino de los francos (la mayor parte de Francia y Alemania actuales), también después de más de 200 años de luchas por el territorio y en disputa con la nobleza, la invasión musulmana fue detenida por Carlos Martel, Mayordomo del rey franco, en Poitiers en el 732.
Con anterioridad a la invasión musulmana, las ciudades y el comercio tampoco tenían la pujanza de otros tiempos, aunque debían su existencia a las relaciones entre el continente y el Imperio bizantino (la mitad oriental del Imperio romano aún en pie), a través del Mediterráneo. Por supuesto, las principales ciudades de Europa estaban en el sur, tanto por tradición como por proximidad a Bizancio, el nuevo foco que irradiaba civilización y atracción.

Coronación de Carlomagno

Con el cierre del Mediterráneo esta situación cambiará: Europa se quedará aislada. El centro de gravedad de la cultura, de la política y del comercio pasará del sur al norte. Cesa el comercio en torno a Marsella como puerta del Mediterráneo y subsiste en torno al Mar del Norte con las dimensiones que le son propias. Se cambia la dinastía franca: los carolingios (desde el 751, con Pipino, hijo de Carlos Martel, el vencedor de Poitiers) sustituyen a los merovingios. Con Carlomagno, hijo de Pipino,  se produce la casi unificación del “Imperio romano” de occidente, salvo algunas regiones, como la mayor parte de España, pero incorporando otras más allá del Rin. Carlomagno es nombrado Emperador Romano por el Papa. El centro de gravedad se traslada al norte, a orillas del Rin. El Imperio carolingio ya es continental, mientras que el merovingio aún era marítimo. El Mediterráneo es únicamente escenario de piratería, de razias y de saqueos. Se produce un breve renacimiento bajo la nueva dinastía, quizá debido a todas estas circunstancias cambiantes, con una aparente continuidad de la tradición imperial (los lazos con el Imperio bizantino estaban rotos) y cierto renacer de la cultura de corte clásico, y que acabará por hundirse definitivamente con el naufragio general de la economía y la desarticulación del Imperio a la muerte de Carlomagno. En efecto, la situación no puede ser más desastrosa: el poco comercio en el norte cae con las invasiones normandas; la reforma del sistema monetario, con el abandono del patrón oro, atestigua la desaparición de este metal de la Galia, signo inequívoco de la inexistencia de comercio internacional a gran escala, producto, a su vez, de la existencia de un Estado continental sin salidas; el comercio es insignificante y desaparecen la clase comerciante y la población urbana; la economía se vuelve esencialmente agrícola, desaparece el monetarismo por completo y la única fortuna consiste en bienes raíces; el único medio de producción, la tierra, y el trabajo, el rural. Nos encontramos con una economía doméstica, sin mercados.

Capilla palatina de Aquisgrán

Pero, el cierre del Mediterráneo también afectará de rebote al mundo islámico. La ausencia de flujos comerciales de ida y vuelta afectarán, igualmente, a las ciudades sirias. Después del primer siglo fulgurante de conquistas, la descomposición se hará notar. Y, así, se resentirá el Jalifato de Damasco y la dinastía omeya dará paso a la de los abásidas en el 750, que establecen la capital en Bagdad en el 762, nuevo centro de gravedad del comercio con Asia y Extremo Oriente. La Persia sasánida que había sido conquistada hacia el 640, concentrará ahora el poder del nuevo Jalifato. Resulta curiosísimo el paralelismo entre los inicios de las dinastías carolingia y abásida. Aquella comienza en el 751, asentándose en el norte de Europa, y llegando a su punto álgido con Carlomagno alrededor del 800. La abásida nacerá en el 750 y llegará a su punto culminante con Harun Al-Rashid (el jalifa de las Mil y una noches), también alrededor del 800.
                                         
En el terreno social y político, estos cambios en la economía tuvieron consecuencias drásticas y de largo alcance: por lo pronto, el colapso en la administración por no poderse pagar a una clase de funcionarios y no poder, consiguientemente, asegurarse su fidelidad. Esto dio lugar a la necesidad de encontrar funcionarios entre los que proporcionaran servicios gratuitos, solo posible en la aristocracia, porque aunque esos servicios no fueran remunerados, sí lo eran indirectamente, ya que se daba a esa aristocracia instrumentos de poder que ejercían en provecho propio. Y aquí reside, como causa inmediata, la descomposición del Estado franco: el haber dado instrumentos de poder o delegación de poder  a un grupo cuyo principal interés es la disminución de ese poder (esto puede considerarse una ley histórica). Este poder fragmentario, en una sociedad ruralizada, es el que dará lugar a la aparición de la Organización Señorial y del futuro Régimen Feudal. No se puede decir, sin embargo, que este estado de cosas sea enteramente nuevo, ya que existían con anterioridad estructuras sociales de parecidas características, producto de la descomposición del Mundo Antiguo, solo que ahora serán predominantes y generalizadas.
Así, pues, vemos que el desenlace, con la aparición de la Organización Señorial, de todo este proceso descrito, no es fruto de una evolución orgánica, sino de circunstancias exteriores. En otras palabras, que sin la invasión del Islam y sin el paulatino aislamiento del Estado franco, no hubiera sido posible la aparición generalizada del Régimen Señorial. Simplemente, la evolución “natural” de la Europa de aquel tiempo nos hace pensar, tal vez, en una prolongación indefinida de las condiciones de vida existentes, con más o menos altibajos, arrastrando Occidente una vida casi sin pulso, sin motor interno, hasta que otras condiciones externas hubieran dado lugar a otro punto de ruptura; o un relanzamiento general a partir de la consolidación de los reinos germánicos finalmente asentados. Pero las cosas ocurrieron de la forma descrita, el Islam no tuvo impulso para seguir expansionándose más en Occidente en el siglo VIII, pero fue suficiente para que Europa se encontrase en pleno siglo IX sumida en un estado total de desorden y anarquía.
                          
Ahora bien, todo estado de anarquía y desorden debe conducir y conduce a un nuevo orden, puesto que en un estado permanente de desorden la vida acaba por desaparecer, y si la vida continua es que el orden ha sido restablecido. Pero, un orden nuevo, no el anterior. Así, en lo económico, una economía de subsistencia; en lo productivo, una ruralización de la sociedad; y en lo social, un Régimen Señorial, con una sociedad estratificada a la cabeza de la cual se encuentra una clase de guerreros especializados. Y este nuevo orden fue lo suficientemente afortunado como para llegar al siglo X en medio de una estabilidad relativa. En primer lugar las amenaza externas son contenidas: a comienzos de siglo se detiene el avance de los escandinavos (se conforman con Normandía y se dedican a actividades comerciales después de su expansión por el norte de Europa y por las regiones eslavas) y de los eslavos en el Elba; y, a mediados de siglo, son contenidos los húngaros en el valle del Danubio. También hay que notar una cierta recuperación de la población europea, y, por fin, se alcanza una relativa paz en las guerras privadas que sostienen entre sí los Señores locales. Es ahora, en este estado de cosas, cuando empieza a notarse el resurgir de una nueva actividad comercial e industrial, que irá creciendo, al comienzo, lentamente, y luego, de forma casi incontenible, durante los siglos siguientes. Y, del mismo modo que la desaparición del comercio en el siglo VIII dio lugar a la caída del orden asentado, es el comercio el que, después de la aparición del nuevo orden, dará alas a la vida de Occidente y vivificará sus venas. No obstante, el nuevo crecimiento de la renovada sociedad europea solo será posible por la ausencia de enemigos poderosos a su alrededor: el Islam y Bizancio se encuentran en franca decadencia y no aparece en el horizonte ninguna potencia ni civilización amenazadora. Esto permitirá a un Occidente revitalizado, incluso las aventuras expansivas del siglo XII (Cruzadas).
                           
Se ha afirmado con anterioridad, sin más, que la causa de la recuperación del tejido vivo europeo fue el resurgimiento del comercio, pero es preciso hablar de sus características y las causas de su aparición. La nueva actividad comercial tiene posibilidad por la apertura de nuevas rutas comerciales. Aparece, pues, un nuevo agente externo, pero esta vez para favorecer un desarrollo de la sociedad europea medieval. Aunque ahora, sí parecen ser una evolución natural, solo que estimulada por factores exteriores. Por todas partes aparecen síntomas de un aumento del comercio y de prosperidad general. Y estos son dos factores recurrentes que, no olvidemos, se alimentan mutuamente.
Dos son los focos en torno a los cuales hay una cristalización de la actividad comercial: Venecia y el Mar del Norte. En el primer caso, esta ciudad, que estaba dentro de la órbita bizantina, se constituyó en una pieza importante del engranaje del comercio del Mediterráneo oriental (en manos bizantinas), y en el suministro a la metrópoli de materias primas. La influencia de Venecia se hizo notar en su entorno, y, en concreto, en la llanura del Po, donde pronto otros focos comerciales empezarían a surgir. En el segundo caso, el impulso lo darían los escandinavos: son estos los que, expandiéndose por el Mar del Norte y, sobre todo, por la ruta del Dnieper, en tierras eslavas, hasta el Mar Negro, y por la ruta del Volga hasta el Mar Caspio, crearían el Reino de Rusia, con capital en Kiev (los eslavos llamaban rusos a los escandinavos), y canalizarían el comercio bizantino y árabe hasta el Mar del Norte, en el que pronto surgiría un poderoso centro comercial y más tarde industrial en Flandes, lugar estratégicamente situado. De manera que, poco a poco, estas dos zonas de progreso económico, el norte de Italia y Flandes, irán extendiendo su influencia sobre el resto del  continente. En el siglo XI se produce la ruptura de la vía comercial rusa debido a la invasión de los pechenegos, pero las ciudades italianas ya habían conseguido romper la hegemonía árabe en el Mediterráneo occidental, y Occidente ya pudo lanzarse a la ofensiva: al finalizar el siglo se produce la 1ª Cruzada.
Tapiz de Bayeux
El aumento del comercio y de la industria corre paralelo a la creación de las ciudades. Al comenzar la época carolingia, éstas no existen propiamente ya que los núcleos que pudieran llamarse así, carecen de población burguesa y organización municipal. Son, eso sí, ciudades episcopales, ya que subsisten como circunscripciones diocesanas en las antiguas ciudades romanas. Son estas ciudades episcopales y las fortalezas (burgos) que crearon en el siglo IX los condes territoriales, las que servirán, según sus valores estratégicos y de comunicación, andando el tiempo, como puntos de cristalización alrededor de los cuales se formarán las verdaderas ciudades. Y la creación de las ciudades y de la nueva clase social, los burgueses y sus instituciones, serán las que vayan minando paralelamente el sistema señorial o feudal. El campo irá cada vez más orientándose hacia las ciudades y se creará una nueva relación de dependencia entre burgueses y campesinos, introduciéndose una nueva concepción del trabajo, andando el tiempo, de servil a libre.
Es pues, razonable pensar, que sin el cierre del Mediterráneo por la invasión islámica, Occidente hubiera podido ahorrarse unos cuantos siglos antes de despegar como civilización autónoma, una vez renovado el Imperio romano decadente por la aportación de la sangre nueva de los bárbaros del norte, y su centro de gravedad estaría más al sur y menos girado hacia el mundo anglo-sajón. Se podría argüir, por el contrario, la importancia de la aportación de la cultura árabe en Occidente, como es lugar común, pero hay que pensar que la cultura árabe de los primeros tiempos es vicaria, deudora de la de los Imperios bizantino y persa a los que conquistó. Eso sí, con la forma alterada por la imposición del árabe, única lengua del Corán, la nueva religión, y por la mentalidad esencial de los habitantes del desierto.