Una de las ideas centrales de la obra de Henry Pirenne, Las ciudades de la
Edad Media (de la obra Las ciudades y las instituciones urbanas),
es la que, con ocasión del empuje islámico sobre Occidente, provoca el derrumbe
en poco tiempo de la sociedad hasta entonces vigente y su forma de entender el
mundo, fuertemente enraizada sobre las bases de la Antigüedad. Es
lo que Pirenne llama punto de ruptura,
a partir del cual el orden tradicional de Europa sufre una desviación en su
evolución histórica debido a la invasión musulmana.
La invasión del Islam (Oriente próximo, norte de África y España), tuvo un
carácter de cataclismo y supuso el cierre
del Mediterráneo en el s. VIII. Por supuesto no se produce una ruptura
brusca con el pasado, puesto que la invasión fue detenida, salvo en España, y
sólo una ocupación como la que tuvo lugar aquí hubiera podido borrar todo
vestigio cultural, pero sí fue lo suficientemente importante como para que
surgiera un nuevo orden autóctono, base de la Europa medieval.
Podemos decir que Europa, con anterioridad al siglo VIII, enraizada con la
tradición romana, arrastraba, sin embargo, una existencia lánguida, producto
del derrumbamiento del Imperio a cuya órbita pertenecía, y del establecimiento
de nuevas unidades territoriales: los reinos germánicos. Estos pueblos
germánicos no buscaban la destrucción del mundo romanizado, sino que codiciaban
constituir sus propios Estados a orillas del Mediterráneo, generalmente
aprovechando las estructuras sociales y culturales existentes, aunque, eso sí,
destruyendo la estructura política romana. Así, en España se da la
consolidación del reino visigodo, no sin grandes dificultades, durante 200 años,
para ser borrada de golpe por la invasión en el 711. En el Reino de los francos
(la mayor parte de Francia y Alemania actuales), también después de más de 200
años de luchas por el territorio y en disputa con la nobleza, la invasión musulmana
fue detenida por Carlos Martel, Mayordomo del rey franco, en Poitiers en el 732.
Con anterioridad a la invasión musulmana, las ciudades y el comercio
tampoco tenían la pujanza de otros tiempos, aunque debían su existencia a las
relaciones entre el continente y el Imperio bizantino (la mitad oriental del
Imperio romano aún en pie), a través del Mediterráneo. Por supuesto, las
principales ciudades de Europa estaban en el sur, tanto por tradición como por
proximidad a Bizancio, el nuevo foco que irradiaba civilización y atracción.
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Coronación de Carlomagno |
Con el cierre del Mediterráneo esta situación cambiará: Europa se quedará
aislada. El centro de gravedad de la cultura, de la política y del comercio
pasará del sur al norte. Cesa el comercio en torno a Marsella como puerta del
Mediterráneo y subsiste en torno al Mar del Norte con las dimensiones que le
son propias. Se cambia la dinastía franca: los carolingios (desde el 751, con
Pipino, hijo de Carlos Martel, el vencedor de Poitiers) sustituyen a los merovingios.
Con Carlomagno, hijo de Pipino, se
produce la casi unificación del “Imperio romano” de occidente, salvo algunas regiones,
como la mayor parte de España, pero incorporando otras más allá del Rin.
Carlomagno es nombrado Emperador Romano por el Papa. El centro de gravedad se
traslada al norte, a orillas del Rin. El Imperio carolingio ya es continental,
mientras que el merovingio aún era marítimo. El Mediterráneo es únicamente
escenario de piratería, de razias y
de saqueos. Se produce un breve renacimiento bajo la nueva dinastía, quizá
debido a todas estas circunstancias cambiantes, con una aparente continuidad de
la tradición imperial (los lazos con el Imperio bizantino estaban rotos) y
cierto renacer de la cultura de corte clásico, y que acabará por hundirse
definitivamente con el naufragio general de la economía y la desarticulación
del Imperio a la muerte de Carlomagno. En efecto, la situación no puede ser más
desastrosa: el poco comercio en el norte cae con las invasiones normandas; la
reforma del sistema monetario, con el abandono del patrón oro, atestigua la
desaparición de este metal de la
Galia, signo inequívoco de la inexistencia de comercio internacional
a gran escala, producto, a su vez, de la existencia de un Estado continental
sin salidas; el comercio es insignificante y desaparecen la clase comerciante y
la población urbana; la economía se vuelve esencialmente agrícola, desaparece
el monetarismo por completo y la única fortuna consiste en bienes raíces; el
único medio de producción, la tierra, y el trabajo, el rural. Nos encontramos
con una economía doméstica, sin mercados.
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Capilla palatina de Aquisgrán |
Pero, el cierre del Mediterráneo también afectará de rebote al mundo
islámico. La ausencia de flujos comerciales de ida y vuelta afectarán,
igualmente, a las ciudades sirias. Después del primer siglo fulgurante de
conquistas, la descomposición se hará notar. Y, así, se resentirá el Jalifato
de Damasco y la dinastía omeya dará paso a la de los abásidas en el 750, que
establecen la capital en Bagdad en el 762, nuevo centro de gravedad del
comercio con Asia y Extremo Oriente. La Persia sasánida que había sido conquistada hacia
el 640, concentrará ahora el poder del nuevo Jalifato. Resulta curiosísimo el
paralelismo entre los inicios de las dinastías carolingia y abásida. Aquella
comienza en el 751, asentándose en el norte de Europa, y llegando a su punto
álgido con Carlomagno alrededor del 800. La abásida nacerá en el 750 y llegará
a su punto culminante con Harun Al-Rashid (el jalifa de las Mil y una noches), también alrededor del
800.
En el terreno social y político, estos cambios en la economía tuvieron
consecuencias drásticas y de largo alcance: por lo pronto, el colapso en la
administración por no poderse pagar a una clase de funcionarios y no poder,
consiguientemente, asegurarse su fidelidad. Esto dio lugar a la necesidad de encontrar
funcionarios entre los que proporcionaran servicios gratuitos, solo posible en
la aristocracia, porque aunque esos servicios no fueran remunerados, sí lo eran
indirectamente, ya que se daba a esa aristocracia instrumentos de poder que
ejercían en provecho propio. Y aquí reside, como causa inmediata, la
descomposición del Estado franco: el haber dado instrumentos de poder o
delegación de poder a un grupo cuyo
principal interés es la disminución de ese poder (esto puede considerarse una
ley histórica). Este poder fragmentario, en una sociedad ruralizada, es el que
dará lugar a la aparición de la Organización
Señorial y del futuro Régimen Feudal. No se puede decir, sin
embargo, que este estado de cosas sea enteramente nuevo, ya que existían con
anterioridad estructuras sociales de parecidas características, producto de la
descomposición del Mundo Antiguo, solo que ahora serán predominantes y
generalizadas.
Así, pues, vemos que el desenlace, con la aparición de la Organización
Señorial, de todo este proceso descrito, no es fruto de una
evolución orgánica, sino de circunstancias exteriores. En otras palabras, que
sin la invasión del Islam y sin el paulatino aislamiento del Estado franco, no
hubiera sido posible la aparición generalizada del Régimen Señorial.
Simplemente, la evolución “natural” de la Europa de aquel tiempo nos hace pensar, tal vez,
en una prolongación indefinida de las condiciones de vida existentes, con más o
menos altibajos, arrastrando Occidente una vida casi sin pulso, sin motor
interno, hasta que otras condiciones externas hubieran dado lugar a otro punto
de ruptura; o un relanzamiento general a partir de la consolidación de los
reinos germánicos finalmente asentados. Pero las cosas ocurrieron de la forma
descrita, el Islam no tuvo impulso para seguir expansionándose más en Occidente
en el siglo VIII, pero fue suficiente para que Europa se encontrase en pleno
siglo IX sumida en un estado total de desorden y anarquía.
Ahora bien, todo estado de anarquía y desorden debe conducir y conduce a un
nuevo orden, puesto que en un estado permanente de desorden la vida acaba por
desaparecer, y si la vida continua es que el orden ha sido restablecido. Pero,
un orden nuevo, no el anterior. Así, en lo económico, una economía de
subsistencia; en lo productivo, una ruralización de la sociedad; y en lo social,
un Régimen Señorial, con una sociedad estratificada a la cabeza de la cual se
encuentra una clase de guerreros especializados. Y este nuevo orden fue lo
suficientemente afortunado como para llegar al siglo X en medio de una
estabilidad relativa. En primer lugar las amenaza externas son contenidas: a
comienzos de siglo se detiene el avance de los escandinavos (se conforman con
Normandía y se dedican a actividades comerciales después de su expansión por el
norte de Europa y por las regiones eslavas) y de los eslavos en el Elba; y, a
mediados de siglo, son contenidos los húngaros en el valle del Danubio. También
hay que notar una cierta recuperación de la población europea, y, por fin, se
alcanza una relativa paz en las guerras privadas que sostienen entre sí los
Señores locales. Es ahora, en este estado de cosas, cuando empieza a notarse el
resurgir de una nueva actividad comercial e industrial, que irá creciendo, al
comienzo, lentamente, y luego, de forma casi incontenible, durante los siglos
siguientes. Y, del mismo modo que la desaparición del comercio en el siglo VIII
dio lugar a la caída del orden asentado, es el comercio el que, después de la aparición
del nuevo orden, dará alas a la vida de Occidente y vivificará sus venas. No
obstante, el nuevo crecimiento de la renovada sociedad europea solo será
posible por la ausencia de enemigos poderosos a su alrededor: el Islam y
Bizancio se encuentran en franca decadencia y no aparece en el horizonte
ninguna potencia ni civilización amenazadora. Esto permitirá a un Occidente
revitalizado, incluso las aventuras expansivas del siglo XII (Cruzadas).
Se ha afirmado con anterioridad, sin más, que la causa de la recuperación
del tejido vivo europeo fue el resurgimiento del comercio, pero es preciso
hablar de sus características y las causas de su aparición. La nueva actividad
comercial tiene posibilidad por la apertura de nuevas rutas comerciales.
Aparece, pues, un nuevo agente externo, pero esta vez para favorecer un
desarrollo de la sociedad europea medieval. Aunque ahora, sí parecen ser una
evolución natural, solo que estimulada por factores exteriores. Por todas
partes aparecen síntomas de un aumento del comercio y de prosperidad general. Y
estos son dos factores recurrentes que, no olvidemos, se alimentan mutuamente.
Dos son los focos en torno a los cuales hay una cristalización de la
actividad comercial: Venecia y el Mar del Norte. En el primer caso, esta
ciudad, que estaba dentro de la órbita bizantina, se constituyó en una pieza
importante del engranaje del comercio del Mediterráneo oriental (en manos
bizantinas), y en el suministro a la metrópoli de materias primas. La
influencia de Venecia se hizo notar en su entorno, y, en concreto, en la
llanura del Po, donde pronto otros focos comerciales empezarían a surgir. En el
segundo caso, el impulso lo darían los escandinavos: son estos los que,
expandiéndose por el Mar del Norte y, sobre todo, por la ruta del Dnieper, en
tierras eslavas, hasta el Mar Negro, y por la ruta del Volga hasta el Mar
Caspio, crearían el Reino de Rusia, con capital en Kiev (los eslavos llamaban
rusos a los escandinavos), y canalizarían el comercio bizantino y árabe hasta
el Mar del Norte, en el que pronto surgiría un poderoso centro comercial y más
tarde industrial en Flandes, lugar estratégicamente situado. De manera que,
poco a poco, estas dos zonas de progreso económico, el norte de Italia y
Flandes, irán extendiendo su influencia sobre el resto del continente. En el siglo XI se produce la
ruptura de la vía comercial rusa debido a la invasión de los pechenegos, pero
las ciudades italianas ya habían conseguido romper la hegemonía árabe en el
Mediterráneo occidental, y Occidente ya pudo lanzarse a la ofensiva: al
finalizar el siglo se produce la 1ª Cruzada.
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Tapiz de Bayeux |
El aumento del comercio y de la industria corre paralelo a la creación de
las ciudades. Al comenzar la época carolingia, éstas no existen propiamente ya
que los núcleos que pudieran llamarse así, carecen de población burguesa y
organización municipal. Son, eso sí, ciudades episcopales, ya que subsisten
como circunscripciones diocesanas en las antiguas ciudades romanas. Son estas
ciudades episcopales y las fortalezas (burgos) que crearon en el siglo IX los
condes territoriales, las que servirán, según sus valores estratégicos y de
comunicación, andando el tiempo, como puntos de cristalización alrededor de los
cuales se formarán las verdaderas ciudades. Y la creación de las ciudades y de
la nueva clase social, los burgueses y sus instituciones, serán las que vayan
minando paralelamente el sistema señorial o feudal. El campo irá cada vez más
orientándose hacia las ciudades y se creará una nueva relación de dependencia
entre burgueses y campesinos, introduciéndose una nueva concepción del trabajo,
andando el tiempo, de servil a libre.
Es pues, razonable pensar, que sin el cierre del Mediterráneo por la
invasión islámica, Occidente hubiera podido ahorrarse unos cuantos siglos antes
de despegar como civilización autónoma, una vez renovado el Imperio romano
decadente por la aportación de la sangre nueva de los bárbaros del norte, y su
centro de gravedad estaría más al sur y menos girado hacia el mundo anglo-sajón.
Se podría argüir, por el contrario, la importancia de la aportación de la
cultura árabe en Occidente, como es lugar común, pero hay que pensar que la
cultura árabe de los primeros tiempos es vicaria, deudora de la de los Imperios
bizantino y persa a los que conquistó. Eso sí, con la forma alterada por la
imposición del árabe, única lengua del Corán, la nueva religión, y por la
mentalidad esencial de los habitantes del desierto.