Confuto, latín, "refutar, convencer, rebatir"
Confutación, "impugnación convincente de la opinión contraria"
(en el prólogo de la 1ª parte de El Quijote)

domingo, 23 de junio de 2013

HANNAH ARENDT

Acaban de estrenar en Madrid la película Hannah Arendt de la realizadora alemana Margarethe von Trotta, sobre el episodio de la vida de Arendt relacionado con el secuestro de Eichmann en Argentina por los servicios secretos del nuevo Estado de Israel y su posterior juicio y ejecución. Juicio al que asistió Hannah Arendt en Israel en calidad de corresponsal de un periódico norteamericano. La publicación de los reportajes y la posterior publicación del libro que describía los hechos referidos, le acarreó no pocas complicaciones y enemistades entre sus amigos y compatriotas judíos, que no compartieron ni alcanzaron a comprender su punto de vista expresado en el libro Eichmann en Jerusalén.

Arendt era judía y fue alumna brillante y amante de Heidegger en Berlín.  La acomodaticia postura de Heidegger respecto del Tercer Reich es bien conocida. Por lo que respecta a Arendt, fue internada en un campo de detención francés, consiguiendo un visado hacia los Estados Unidos y, librándose así, milagrosamente, de un fin más que previsible.


Eichmann fue un burócrata intermedio dentro de la organización de la Alemania nazi y, en concreto, en las S.S. de Himmler, cuyo cometido era la organización de la deportación de los judíos de Alemania y de Europa. Eichmann, en la apreciación de Arendt, era un individuo vulgar , un individuo mediocre que se limitaba a cumplir órdenes de su jerarquía y de su Führer, sin discutirlas y sin plantearse su legitimidad o su moral, porque eso era lo legal y lo contrario hubiera sido inconcebible, como él mismo declaró en el juicio. Por lo tanto, Eichmann no era simplemente un monstruo sino un individuo corriente que cumplía órdenes monstruosas. Fue lo que Arendt bautizó como la Banalidad del Mal (acuñación que tuvo fortuna). Además Arendt sacó a relucir las responsabilidades de los Consejos Judíos que existían en las comunidades judías, y que ayudaron a las autoridades en Alemania y demás países en la deportación ordenada de sus correligionarios, posiblemente creyendo que les esperaba un futuro mejor o una deportación a países neutrales, cosa, por otro lado, que también se puso de manifiesto en el juicio. Eso podría explicar que todos los judíos hubieran sido conducidos como corderitos sin resistencia hacia el exterminio. La posibilidad de una resistencia hubiese, tal vez, significado el ahorro de gran número de víctimas. Obviamente, esa “acusación”, mal interpretada, fue el objeto de las iras de todos los judíos, dentro y fuera de Israel.

Arendt puso en entredicho la legalidad del juicio porque, a su parecer, había demasiadas circunstancias que lo hacían dudoso.
1º La detención y secuestro de un individuo en un país distinto que no reconocía la extradición.
2º La deportación clandestina a Israel.
3º La no existencia del Estado de Israel cuando se produjeron los hechos por los cuales Eichmann había de ser juzgado.
4º El único precedente era el juicio internacional de Nuremberg por crímenes contra la humanidad, sin que, por cierto, tampoco existiera entonces esa figura delictiva.

Arendt abogaba, en consecuencia, por un tribunal internacional. Sus problemas y las tergiversaciones de que fue objeto en periódicos y revistas de todo el mundo, derivaron de esa postura puramente intelectual. Arendt decía que no había que dejarse llevar a esos extremos por las emociones, sino que había que pensar para tener un criterio: la única forma de librarse de las opiniones dominantes, no hacer que el mal se haga banal, porque eso era la forma de caer otra vez en el totalitarismo. Esta fue una opinión difícil de mantener en aquellos momentos por las sensibilidades a flor de piel existentes, pero, precisamente eso, da idea de la altura intelectual de Hannah Arendt. La película, obviamente, se queda coja de la descripción y de las argumentaciones que proporciona el libro Eichmann en Jerusalén, pero eso es inevitable.

Recordé, al terminar la película, el prólogo de Orwell (socialista sin partido) a su Rebelión en la Granja (1943), en el que denuncia a la intelectualidad británica de la época por su postura sectaria a favor incondicional de la URSS y del estalinismo. Ninguna crítica tenía lugar que no fuese el halago incondicional a la política de Stalin. Las purgas, si existían, tenían razón de ser, incluso para los no partidarios de la pena de muerte. Lo que exigía la ortodoxia dominante era una admiración acrítica de la Rusia soviética. En un párrafo de dicho prólogo se lee:

“El servilismo con que la mayor parte de la intelectualidad inglesa se ha tragado y ha repetido la propaganda rusa desde 1941 resultaría sorprendente si no se hubiese comportado así en otras ocasiones. En una cuestión controvertida tras otra, se ha aceptado el punto de vista ruso sin discusión alguna, y se ha publicado con total desprecio por la verdad histórica o la decencia intelectual”

Para Orwell eso no era nada nuevo. Ya venía escarmentado de su experiencia española (Homenaje a Cataluña). Ni que decir tiene que la mayor parte de la intelectualidad europea comulgaba con este servilismo intelectual. Algunos siguen hasta hoy. Pues bien, es en esos ambientes de pensamiento único dominante, cuando se consolidan, ya sean nacionalismos o ideologías de cualquier tipo, en los que cualquier monstruosidad se puede convertir en banal. La banalidad del mal.

Nota: Algunas obras de Hannah Arendt:

Eichmann en Jerusalén, Los orígenes del totalitarismo

sábado, 22 de junio de 2013

PATA DE PALO

En Cartagena de Indias, Nueva  Granada (Colombia) existe una estatua dedicada a un español que hizo frente y derrotó a la mayor flota de invasión que jamás vieron los mares hasta el desembarco en Normandía. Ni la flota de Jerjes en Salamina, ni la Armada Invencible. Se trata de Blas de Lezo, también conocido como Almirante Pata de Palo. No solo le faltaba una pierna, sino también un ojo y un brazo.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en Pasajes (Guipuzcoa) el 3 de febrero de 1689. Lezo se embarca, a sus 12 años en la escuadra francesa, enrolándose como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV, debido a la política existente de intercambio de oficiales entre los ejércitos y escuadras de España y Francia.


Blas de Lezo en Cartagena de Indias

Muere Carlos II sin descendencia y comienza la Guerra de Sucesión. Como es sabido, la guerra enfrenta a Felipe de Anjou, apoyado por Francia y nombrado heredero por el rey español, con el Archiduque Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra. En la batalla naval frente a Vélez-Málaga, en la que se enfrentaron 96 naves de la flota franco-española y más de 60 de la flota anglo-holandesa, Blas de Lezo perdió la pierna izquierda por una bala de cañón. Debido al valor demostrado empieza a ser ascendido y participa en las más diversas acciones de guerra, hasta que, en 1707, defendiendo la fortaleza de Tolón, pierde el ojo izquierdo. Finalmente, después de múltiples combates en los que vence a los ingleses en el mar, y que sería largo de exponer y, además, difícil de creer, por el gran número de barcos apresados, y objetivos conquistados, en el asedio de Barcelona de 1714 pierde la movilidad del brazo derecho. De esta manera con sólo 25 años tenemos a Blas de Lezo tuerto, manco y cojo. Los ingleses son batidos en el mar pero se quedan desde entonces con Gibraltar.
Después de múltiples ascensos durante la contienda, y terminada la Guerra de Sucesión, se le confió el buque insignia Lanfranco; un año después parte hacia La Habana escoltando a una flota de galeones y, en 1720, se integra en una flota con el cometido de limpiar de corsarios y piratas de los llamados Mares del Sur, o lo que es lo mismo, las costas del Perú. En 1730 regresó a España y fue ascendido a jefe de la escuadra naval del Mediterráneo y condecorado en reconocimiento de sus servicios. En 1732, a bordo del Santiago mandó una expedición a Orán con 54 buques y 30.000 hombres, y rindió la ciudad. El rey lo ascendió en 1734 a teniente general de la Armada. Regresó a América con los navíos Fuerte y Conquistador en 1737 como comandante general de Cartagena de Indias.

Se inicia entonces un conflicto conocido como “Guerra de la oreja de Jenkins” (1739–1748). La excusa de los ingleses para iniciarlo fue el apresamiento de un barco corsario comandado por Robert Jenkins cerca de la costa de Florida. El capitán de navío Fandiño apresó el barco corsario y cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía (según el testimonio del inglés): “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve” ¡Increíble! En lugar de colgarlo de una verga lo deja ir. Hay que recordar que el tráfico de ultramar español se veía constantemente entorpecido e interrumpido por los piratas ingleses. No sólo en esos momentos, sino, desde hacía 150 años Inglaterra venía ejerciendo la piratería contra los barcos y costas españolas, en la guerra y en la paz, otorgando patentes de corso. En su comparecencia ante la Cámara de los Lores, Jenkins denunció el caso con la oreja en la mano, de ahí el nombre del conflicto. No necesitaron más para llevar a cabo sus siempre deseados planes de conquistar la América Española.


                                    


El 13 de Marzo de 1741, una flota invasora, al mando del Almirante Sir Edward Vernon asomaba a las costas de Cartagena de Indias para comenzar un asedio infernal. El propósito, conquistar Cartagena de Indias, ciudad principal de América, bien fortificada, y así estrangular y colapsar la vértebra principal de los puertos de Ultramar y de la ruta del oro por Panamá, y, como consecuencia, la caída como piezas de dominó de todas las demás tierras del Imperio Español en América. Constaba dicha flota de 186 barcos, entre navíos de guerra, fragatas, brulotes y buques de transporte, con 2.000 cañones y 23.600 combatientes, entre marinos, soldados y esclavos negros de Jamaica, más 4.000 reclutas de Virginia bajo las órdenes de Lawrence Washington, medio hermano del futuro primer presidente de los Estados Unidos. Superaba en más de 60 navíos a la Armada de Felipe II. Para hacer frente a semejante fuerza, las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, 600 indios traídos del interior, más la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra de los que disponía la ciudad. Blas de Lezo, sin embargo, contaba con la experiencia de 22 batallas. El sitio de Cartagena de Indias fue una gran derrota con una enorme desproporción entre los dos bandos.

No ha lugar aquí para describir los detalles de la épica batalla; baste decir que después de múltiples y terribles bombardeos de la ciudad y los fuertes, de múltiples intentos de desembarco y asaltos, los ingleses tuvieron que levantar el sitio y zarpar, no sin antes dejar 9.500 muertos y 7.500 heridos y perder 1.500 cañones y 50 naves (aparte de los que sucumbieron por la malaria). Todo gracias a la estrategia y la organización defensiva de Blas de Lezo (hunde sus buques para impedir la entrada en la bahía, y distribuye sus cañones convenientemente).

Los ingleses se sabían tan superiores que ya habían preparado los festejos de su victoria; incluso habían acuñado una serie de monedas y medallas con leyendas sobre su aplastante victoria y la humillación infligida al imperio Español (Vernon había dado noticias de la victoria antes de que se hubieran empezado las operaciones). Humillados, los ingleses ocultaron monedas y medallas grabadas con anterioridad con leyendas como “Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741” y “El orgullo español humillado por Vernon”. El Rey de Inglaterra Jorge II prohibió hablar de ello o que se escribieran crónicas alusivas al hecho, como si nunca hubiese ocurrido. Tan colosal fue la derrota de los ingleses, que aseguró razonablemente el dominio español de los mares durante más de medio siglo hasta que lo perdió en Trafalgar, cosa que la historia inglesa no reconoce.

Blas de Lezo
                                                            
Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias por las heridas y la peste, pocos meses después, generada por los cuerpos insepultos (casi todos ingleses). Blas de Lezo es recordado en Colombia, y en España en círculos de la Marina, y muy adecuadamente, pero no por la ciudadanía en general, que sabe quién es Nelson pero no Blas de Lezo. A su vuelta a Inglaterra Vernon fue relevado de su cargo inmediatamente y expulsado de la Marina en 1746. A pesar de su descrédito, a su muerte en 1757 se decidió enterrar su cuerpo en la Abadía de Westminster, como si fuera un héroe más de los que allí reposan. La falaz leyenda que en su tumba reza :“He subdued Chagre, and at Carthagena conquered as far as naval forces could carry victory”. Así pues, Inglaterra cultivó al respecto la autocensura, España el olvido y las demás naciones el desinterés (si no interesa al interesado …).

Nota. Algunas publicaciones referentes al tema:
Pablo Victoria Wilches, El día que España derrotó a Inglaterra (Madrid, Áltera, 2005).
Ramiro Ribas Narváez, La conjura de la mentira. La derrota de Inglaterra en Cartagena de Indias, (Astorga, Akrón, 2008).
Alber Vázquez, Mediohombre. La batalla que Inglaterra ocultó al mundo (Barcelona, Inédita, 2009).
J. Pérez-Foncea, El Héroe del Caribe, la Última Batalla de Blas de Lezo (Libros Libres, 2012).

lunes, 17 de junio de 2013

EL ARCA DE LAS TRES LLAVES

Desde la época de los Reyes Católicos y siguiendo una costumbre medieval, en municipios de Castilla existía el "arca de privilegios" también llamada arca de las tres llaves. En la Pragmática de 9 de junio de 1500 se disponía "la obligación de los Corregidores a haçer casas de Conçejo y carçel do no la hubiere y arca en que se custodien los privilegios y escrituras y los libros de leyes del Reyno". Este sistema obligaba a los ayuntamientos y concejos a tener un arca destinada a Archivo y a efectuar inventarios de los documentos en ella depositados. Debían reunirse el alcalde, uno de los regidores y el escribano del concejo, y los tres, cada uno con su llave y por riguroso orden, abrían las tres cerraduras que destapaban los papeles fundamentales para la vida local: Privilegios Reales, Fueros, Pragmáticas, Reales Órdenes, Cuentas de Propios,…la vida escrita de la comunidad: la fe pública de sus derechos, de sus bienes, de su vida.

En tiempos de Felipe II, las obras públicas se acometían con criterios no muy diferentes a los de hoy en día. Se realizaban proyectos, se levantaban planos y maquetas, después de estudiar todas las condiciones naturales, topográficas, etc. Estos estudios eran presentados a los Concejos que encargaban las obras, como, así mismo, al Rey y sus ingenieros, si eran de suficiente entidad. Todos estos estudios previos eran necesarios para poder realizar la almoneda o subasta de las obras, cuyas condiciones eran fijadas en las capitulaciones, hoy diríamos las especificaciones y demás condiciones contractuales de ejecución y garantías. La mayoría de las adjudicaciones de las obras se hacían en pública subasta, previo pregón de los Concejos en distintas Villas y lugares, por la mejor oferta o postura. El adjudicatario de la subasta tenía que entregar una carta de obligación que era un compromiso de llevar a cabo la obra dentro de los plazos y condiciones técnicas, así como la entrega de las fianzas otorgadas por los avalistas.
  

Si la obra era de gran importancia, el Rey y su aparato administrativo no eran ajenos a la organización técnica y administrativa de las obras. El proyecto debía ser aprobado y establecido el procedimiento de recaudación de fondos. Se nombraba un Veedor, persona puesta por la propiedad: máxima autoridad técnica y administrativa con control presupuestario y encargado de las compras de materiales y herramientas, compras de las que tenía que dar parte a la Junta de Precios; tenía que hacer el seguimiento de la obra para que ésta se realizase en plazos y de acuerdo con el proyecto, así como el control y las listas de la gente contratada. El Veedor era así mismo una de las tres personas que disponía de una de las llaves del arca donde se guardaban los caudales y el libro de asientos con los gastos. Los pagos se realizaban con el dinero que se custodiaba en dicha arca. Para abrir el arca, el Veedor se tenía que reunir con el Corregidor que representaba al Rey en la villa donde se realizaba la obra, y el Pagador, que sacaba el dinero y lo anotaba en el libro de asientos; ambos disponían de las otras dos llaves. Se puede también destacar al Tenedor de bastimentos, que se encargaba del acopio y vigilancia de los materiales que se iban comprando con lo que le entregaba el Pagador, el cual informaba periódicamente al Veedor de las existencias en los almacenes.

Hasta aquí todo lo resumido, de forma muy simplificada, puede resultar natural para quien esté familiarizado con los procedimientos que hoy en día se emplean en la construcción de obras públicas, aunque pueda sorprender que así sea. No hay nada nuevo bajo el sol. Desde luego, las cosas no se hacían con frivolidad. Diremos, además, que las obras debían ser costeadas, en general, por los vecinos de las villas que más directamente se beneficiaban de ellas.

Es curioso que, en nuestros días, no exista rastro del arca de las tres llaves, o al menos, existió hasta un momento reciente, al menos metafóricamente. El arca de las tres llaves era un procedimiento para evitar que alguien metiera “la mano en la caja” indebidamente. Cuando se produjo la transición política española, existían en los Ayuntamientos españoles tres puestos decisivos, el Secretario General, el Interventor y el Depositario. Eran cuerpos nacionales que venían de antes de la guerra civil y que habían surgido con el propósito de limitar los poderes arbitrarios de los caciques territoriales sobre Ayuntamientos y Diputaciones. Aquéllos eran puestos inamovibles que dependían del Estado central y no podían ser destituidos ni ser nombrados por los alcaldes. El Secretario General certificaba la legalidad de los acuerdos municipales; el Interventor daba su aprobación a los gastos siempre que no se salieron del presupuesto, y el Depositario controlaba el dinero y autorizaba los pagos. Ya tenemos aquí una suerte de arca de las tres llaves. La analogía no puede ser más estrecha. El Corregidor con el Secretario General, el Veedor con el Interventor y el Pagador con el Depositario. Pero he aquí, que con los nuevos Ayuntamientos democráticos, ese sistema era visto por los nuevos regidores como una aberración franquista que había que eliminar. Y se eliminó. Ese control burocrático, se decía, lo único que hacía era entorpecer el progreso y para eso estaban los nuevos regidores elegidos democráticamente. De modo que, fuera la antigua legalidad y vuelta al poder político incontrolado. En lugar de reformar la burocracia, se instalan favores políticos clientelares y cargos sectarios. Todos los desmanes políticos y administrativos a los que asistimos actualmente, las obras faraónicas innecesarias, los déficits infinitos, se derivan de esa falta de control, de esa voladura del control de las leyes y de los presupuestos. De la voladura del arca de las tres llaves.