Confuto, latín, "refutar, convencer, rebatir"
Confutación, "impugnación convincente de la opinión contraria"
(en el prólogo de la 1ª parte de El Quijote)

martes, 25 de febrero de 2014

EUROPA Y EL ISLAM - S. VIII

Una de las ideas centrales de la obra de Henry Pirenne, Las ciudades de la Edad Media (de la obra Las ciudades y las instituciones urbanas), es la que, con ocasión del empuje islámico sobre Occidente, provoca el derrumbe en poco tiempo de la sociedad hasta entonces vigente y su forma de entender el mundo, fuertemente enraizada sobre las bases de la Antigüedad. Es lo que Pirenne llama punto de ruptura, a partir del cual el orden tradicional de Europa sufre una desviación en su evolución histórica debido a la invasión musulmana.
La invasión del Islam (Oriente próximo, norte de África y España), tuvo un carácter de cataclismo y supuso el cierre del Mediterráneo en el s. VIII. Por supuesto no se produce una ruptura brusca con el pasado, puesto que la invasión fue detenida, salvo en España, y sólo una ocupación como la que tuvo lugar aquí hubiera podido borrar todo vestigio cultural, pero sí fue lo suficientemente importante como para que surgiera un nuevo orden autóctono, base de la Europa medieval.
Podemos decir que Europa, con anterioridad al siglo VIII, enraizada con la tradición romana, arrastraba, sin embargo, una existencia lánguida, producto del derrumbamiento del Imperio a cuya órbita pertenecía, y del establecimiento de nuevas unidades territoriales: los reinos germánicos. Estos pueblos germánicos no buscaban la destrucción del mundo romanizado, sino que codiciaban constituir sus propios Estados a orillas del Mediterráneo, generalmente aprovechando las estructuras sociales y culturales existentes, aunque, eso sí, destruyendo la estructura política romana. Así, en España se da la consolidación del reino visigodo, no sin grandes dificultades, durante 200 años, para ser borrada de golpe por la invasión en el 711. En el Reino de los francos (la mayor parte de Francia y Alemania actuales), también después de más de 200 años de luchas por el territorio y en disputa con la nobleza, la invasión musulmana fue detenida por Carlos Martel, Mayordomo del rey franco, en Poitiers en el 732.
Con anterioridad a la invasión musulmana, las ciudades y el comercio tampoco tenían la pujanza de otros tiempos, aunque debían su existencia a las relaciones entre el continente y el Imperio bizantino (la mitad oriental del Imperio romano aún en pie), a través del Mediterráneo. Por supuesto, las principales ciudades de Europa estaban en el sur, tanto por tradición como por proximidad a Bizancio, el nuevo foco que irradiaba civilización y atracción.

Coronación de Carlomagno

Con el cierre del Mediterráneo esta situación cambiará: Europa se quedará aislada. El centro de gravedad de la cultura, de la política y del comercio pasará del sur al norte. Cesa el comercio en torno a Marsella como puerta del Mediterráneo y subsiste en torno al Mar del Norte con las dimensiones que le son propias. Se cambia la dinastía franca: los carolingios (desde el 751, con Pipino, hijo de Carlos Martel, el vencedor de Poitiers) sustituyen a los merovingios. Con Carlomagno, hijo de Pipino,  se produce la casi unificación del “Imperio romano” de occidente, salvo algunas regiones, como la mayor parte de España, pero incorporando otras más allá del Rin. Carlomagno es nombrado Emperador Romano por el Papa. El centro de gravedad se traslada al norte, a orillas del Rin. El Imperio carolingio ya es continental, mientras que el merovingio aún era marítimo. El Mediterráneo es únicamente escenario de piratería, de razias y de saqueos. Se produce un breve renacimiento bajo la nueva dinastía, quizá debido a todas estas circunstancias cambiantes, con una aparente continuidad de la tradición imperial (los lazos con el Imperio bizantino estaban rotos) y cierto renacer de la cultura de corte clásico, y que acabará por hundirse definitivamente con el naufragio general de la economía y la desarticulación del Imperio a la muerte de Carlomagno. En efecto, la situación no puede ser más desastrosa: el poco comercio en el norte cae con las invasiones normandas; la reforma del sistema monetario, con el abandono del patrón oro, atestigua la desaparición de este metal de la Galia, signo inequívoco de la inexistencia de comercio internacional a gran escala, producto, a su vez, de la existencia de un Estado continental sin salidas; el comercio es insignificante y desaparecen la clase comerciante y la población urbana; la economía se vuelve esencialmente agrícola, desaparece el monetarismo por completo y la única fortuna consiste en bienes raíces; el único medio de producción, la tierra, y el trabajo, el rural. Nos encontramos con una economía doméstica, sin mercados.

Capilla palatina de Aquisgrán

Pero, el cierre del Mediterráneo también afectará de rebote al mundo islámico. La ausencia de flujos comerciales de ida y vuelta afectarán, igualmente, a las ciudades sirias. Después del primer siglo fulgurante de conquistas, la descomposición se hará notar. Y, así, se resentirá el Jalifato de Damasco y la dinastía omeya dará paso a la de los abásidas en el 750, que establecen la capital en Bagdad en el 762, nuevo centro de gravedad del comercio con Asia y Extremo Oriente. La Persia sasánida que había sido conquistada hacia el 640, concentrará ahora el poder del nuevo Jalifato. Resulta curiosísimo el paralelismo entre los inicios de las dinastías carolingia y abásida. Aquella comienza en el 751, asentándose en el norte de Europa, y llegando a su punto álgido con Carlomagno alrededor del 800. La abásida nacerá en el 750 y llegará a su punto culminante con Harun Al-Rashid (el jalifa de las Mil y una noches), también alrededor del 800.
                                         
En el terreno social y político, estos cambios en la economía tuvieron consecuencias drásticas y de largo alcance: por lo pronto, el colapso en la administración por no poderse pagar a una clase de funcionarios y no poder, consiguientemente, asegurarse su fidelidad. Esto dio lugar a la necesidad de encontrar funcionarios entre los que proporcionaran servicios gratuitos, solo posible en la aristocracia, porque aunque esos servicios no fueran remunerados, sí lo eran indirectamente, ya que se daba a esa aristocracia instrumentos de poder que ejercían en provecho propio. Y aquí reside, como causa inmediata, la descomposición del Estado franco: el haber dado instrumentos de poder o delegación de poder  a un grupo cuyo principal interés es la disminución de ese poder (esto puede considerarse una ley histórica). Este poder fragmentario, en una sociedad ruralizada, es el que dará lugar a la aparición de la Organización Señorial y del futuro Régimen Feudal. No se puede decir, sin embargo, que este estado de cosas sea enteramente nuevo, ya que existían con anterioridad estructuras sociales de parecidas características, producto de la descomposición del Mundo Antiguo, solo que ahora serán predominantes y generalizadas.
Así, pues, vemos que el desenlace, con la aparición de la Organización Señorial, de todo este proceso descrito, no es fruto de una evolución orgánica, sino de circunstancias exteriores. En otras palabras, que sin la invasión del Islam y sin el paulatino aislamiento del Estado franco, no hubiera sido posible la aparición generalizada del Régimen Señorial. Simplemente, la evolución “natural” de la Europa de aquel tiempo nos hace pensar, tal vez, en una prolongación indefinida de las condiciones de vida existentes, con más o menos altibajos, arrastrando Occidente una vida casi sin pulso, sin motor interno, hasta que otras condiciones externas hubieran dado lugar a otro punto de ruptura; o un relanzamiento general a partir de la consolidación de los reinos germánicos finalmente asentados. Pero las cosas ocurrieron de la forma descrita, el Islam no tuvo impulso para seguir expansionándose más en Occidente en el siglo VIII, pero fue suficiente para que Europa se encontrase en pleno siglo IX sumida en un estado total de desorden y anarquía.
                          
Ahora bien, todo estado de anarquía y desorden debe conducir y conduce a un nuevo orden, puesto que en un estado permanente de desorden la vida acaba por desaparecer, y si la vida continua es que el orden ha sido restablecido. Pero, un orden nuevo, no el anterior. Así, en lo económico, una economía de subsistencia; en lo productivo, una ruralización de la sociedad; y en lo social, un Régimen Señorial, con una sociedad estratificada a la cabeza de la cual se encuentra una clase de guerreros especializados. Y este nuevo orden fue lo suficientemente afortunado como para llegar al siglo X en medio de una estabilidad relativa. En primer lugar las amenaza externas son contenidas: a comienzos de siglo se detiene el avance de los escandinavos (se conforman con Normandía y se dedican a actividades comerciales después de su expansión por el norte de Europa y por las regiones eslavas) y de los eslavos en el Elba; y, a mediados de siglo, son contenidos los húngaros en el valle del Danubio. También hay que notar una cierta recuperación de la población europea, y, por fin, se alcanza una relativa paz en las guerras privadas que sostienen entre sí los Señores locales. Es ahora, en este estado de cosas, cuando empieza a notarse el resurgir de una nueva actividad comercial e industrial, que irá creciendo, al comienzo, lentamente, y luego, de forma casi incontenible, durante los siglos siguientes. Y, del mismo modo que la desaparición del comercio en el siglo VIII dio lugar a la caída del orden asentado, es el comercio el que, después de la aparición del nuevo orden, dará alas a la vida de Occidente y vivificará sus venas. No obstante, el nuevo crecimiento de la renovada sociedad europea solo será posible por la ausencia de enemigos poderosos a su alrededor: el Islam y Bizancio se encuentran en franca decadencia y no aparece en el horizonte ninguna potencia ni civilización amenazadora. Esto permitirá a un Occidente revitalizado, incluso las aventuras expansivas del siglo XII (Cruzadas).
                           
Se ha afirmado con anterioridad, sin más, que la causa de la recuperación del tejido vivo europeo fue el resurgimiento del comercio, pero es preciso hablar de sus características y las causas de su aparición. La nueva actividad comercial tiene posibilidad por la apertura de nuevas rutas comerciales. Aparece, pues, un nuevo agente externo, pero esta vez para favorecer un desarrollo de la sociedad europea medieval. Aunque ahora, sí parecen ser una evolución natural, solo que estimulada por factores exteriores. Por todas partes aparecen síntomas de un aumento del comercio y de prosperidad general. Y estos son dos factores recurrentes que, no olvidemos, se alimentan mutuamente.
Dos son los focos en torno a los cuales hay una cristalización de la actividad comercial: Venecia y el Mar del Norte. En el primer caso, esta ciudad, que estaba dentro de la órbita bizantina, se constituyó en una pieza importante del engranaje del comercio del Mediterráneo oriental (en manos bizantinas), y en el suministro a la metrópoli de materias primas. La influencia de Venecia se hizo notar en su entorno, y, en concreto, en la llanura del Po, donde pronto otros focos comerciales empezarían a surgir. En el segundo caso, el impulso lo darían los escandinavos: son estos los que, expandiéndose por el Mar del Norte y, sobre todo, por la ruta del Dnieper, en tierras eslavas, hasta el Mar Negro, y por la ruta del Volga hasta el Mar Caspio, crearían el Reino de Rusia, con capital en Kiev (los eslavos llamaban rusos a los escandinavos), y canalizarían el comercio bizantino y árabe hasta el Mar del Norte, en el que pronto surgiría un poderoso centro comercial y más tarde industrial en Flandes, lugar estratégicamente situado. De manera que, poco a poco, estas dos zonas de progreso económico, el norte de Italia y Flandes, irán extendiendo su influencia sobre el resto del  continente. En el siglo XI se produce la ruptura de la vía comercial rusa debido a la invasión de los pechenegos, pero las ciudades italianas ya habían conseguido romper la hegemonía árabe en el Mediterráneo occidental, y Occidente ya pudo lanzarse a la ofensiva: al finalizar el siglo se produce la 1ª Cruzada.
Tapiz de Bayeux
El aumento del comercio y de la industria corre paralelo a la creación de las ciudades. Al comenzar la época carolingia, éstas no existen propiamente ya que los núcleos que pudieran llamarse así, carecen de población burguesa y organización municipal. Son, eso sí, ciudades episcopales, ya que subsisten como circunscripciones diocesanas en las antiguas ciudades romanas. Son estas ciudades episcopales y las fortalezas (burgos) que crearon en el siglo IX los condes territoriales, las que servirán, según sus valores estratégicos y de comunicación, andando el tiempo, como puntos de cristalización alrededor de los cuales se formarán las verdaderas ciudades. Y la creación de las ciudades y de la nueva clase social, los burgueses y sus instituciones, serán las que vayan minando paralelamente el sistema señorial o feudal. El campo irá cada vez más orientándose hacia las ciudades y se creará una nueva relación de dependencia entre burgueses y campesinos, introduciéndose una nueva concepción del trabajo, andando el tiempo, de servil a libre.
Es pues, razonable pensar, que sin el cierre del Mediterráneo por la invasión islámica, Occidente hubiera podido ahorrarse unos cuantos siglos antes de despegar como civilización autónoma, una vez renovado el Imperio romano decadente por la aportación de la sangre nueva de los bárbaros del norte, y su centro de gravedad estaría más al sur y menos girado hacia el mundo anglo-sajón. Se podría argüir, por el contrario, la importancia de la aportación de la cultura árabe en Occidente, como es lugar común, pero hay que pensar que la cultura árabe de los primeros tiempos es vicaria, deudora de la de los Imperios bizantino y persa a los que conquistó. Eso sí, con la forma alterada por la imposición del árabe, única lengua del Corán, la nueva religión, y por la mentalidad esencial de los habitantes del desierto.

martes, 11 de febrero de 2014

SATURNALES

Tiempos de Navidad y Año Nuevo. Tiempos de simbolismo y grandes esperanzas. Y también de grandes desilusiones y frustraciones. Esperanzas de regeneración y reconciliación con el mundo y con los semejantes. La frase Año nuevo, vida nueva es (o era) algo más que una frase. Y de desilusiones, por no haberse, a menudo, satisfecho ese anhelo de renovación temporal y de comienzo de una nueva existencia que padecen amplias capas de urbanitas de las sociedades occidentales modernas, por motivos que se tratarán de explicar.
La regeneración del tiempo es algo habitual en la observación de los mitos y costumbres de las culturas y civilizaciones. Por todas partes existe una concepción del comienzo y fin de un periodo temporal fundado en la observación de los ritmos bio-cósmicos. Las ceremonias periódicas que hacen referencia a esa regeneración se encuadran por lo general en las purificaciones periódicas, esto es, la expulsión anual de los demonios, enfermedades y pecados, y en el de la regeneración periódica de la vida, los rituales de los días que preceden y rigen al año nuevo. El año nuevo es un corte en el tiempo. Una tentativa de abolición del tiempo transcurrido y de restauración del tiempo mítico y primordial del instante de la creación. Los rituales asociados podrían contemplarse como un intento de acabar con las formas ya existentes y gastadas por el hecho de su propia duración y dar lugar al nacimiento de formas nuevas.
¿Cuál es en el fondo el principio del simbolismo de la regeneración periódica? Habría que acudir, sin duda, a la regeneración de la naturaleza para encontrar su fundamento. En efecto, existe una relación muy estrecha del hombre con los fenómenos naturales y de regeneración de la naturaleza de la que depende su supervivencia, como el paso de las estaciones asociado al nacimiento de animales y plantas en general, y asociados, a su vez, con la actividad humana agraria, con la recolección y el pastoreo. Por otro lado, el hombre, como ser natural, está sometido, él mismo, a los ritmos biológicos, como los demás seres vivos. La asociación de la regeneración de la naturaleza con los movimientos periódicos de los astros es inmediata. No es difícil ver, pues, en esta periodicidad y sus fenómenos asociados el origen del simbolismo de la regeneración.

                                              
Dejando al margen el simbolismo de las fases lunares, tan importante en tantos mitos de muerte y resurrección, fertilidad, regeneración e iniciación, es el Sol, con los movimientos periódicos de la Tierra a su alrededor, el que marca, principalmente, los ciclos de regeneración anuales. Algunos conceptos son necesarios para la comprensión del fenómeno: la eclíptica  es la línea que recorre la tierra alrededor del sol, pero que vista desde la tierra es la línea curva que recorre el sol alrededor de la Tierra en su «movimiento aparente»; el plano de la eclíptica contiene a la órbita de la Tierra alrededor del Sol y, en consecuencia, también al recorrido anual aparente del Sol observado desde la Tierra; ahora bien, el eje de rotación de la tierra está inclinado con relación al plano de la eclíptica, de modo que el ángulo que forma ese plano con el del ecuador terrestre es de 23° 27'. La consecuencia es que la eclíptica “sube” y “baja” con respecto al horizonte según la época del año (el sol visto desde la Tierra se mueve hacia el norte y el sur). La conjunción de la inclinación de los rayos del sol y de la variación de las horas de luz diarias nos marcan las estaciones del año. En el hemisferio norte, la posición más baja de la eclíptica se llama solsticio de invierno (el sol alcanza el cenit al mediodía sobre el Trópico de Capricornio), el 21-22 de diciembre, y se registra el día más corto y la noche más larga del año; mientras que en el solsticio de verano, el 20-21 de junio, la eclíptica se encuentra en la posición más alta y se registra el día más largo y la noche más corta. En el hemisferio sur es al revés. Se denominan equinoccios a los puntos en los que los dos polos están a igual distancia del sol y la duración de los días y noches se iguala (20 de marzo y 22 de septiembre).
                                                       

Pero, el fenómeno que nos interesa aquí es el solsticio de invierno en el hemisferio norte. Es el comienzo oficial del invierno, aunque pueda considerarse a veces la mitad del periodo invernal, ya que a partir de él el Sol comienza a “renacer”, fenómeno detectado hasta en el período neolítico, ya que muchos monumentos megalíticos están alineados con el nacimiento o la puesta del Sol durante el solsticio de invierno (Stonehenge). Esta fecha era importante porque marcaba un periodo de escasez por delante, de meses de hambruna, y la mayoría de los animales eran sacrificados para no tener que ser alimentados durante el invierno y disponer de carne en lo sucesivo. Después de la cosecha anual, el vino o la cerveza estaban finalmente fermentados y listos para beber a partir de ese momento. El apareamiento de los animales y la siembra de los cultivos ya se había producido. El significado o interpretación de este evento ha variado en las distintas culturas del mundo, pero la mayoría de ellas lo reconoce como un período de renovación y renacimiento, que conlleva todo tipo de rituales y celebraciones en mitad del invierno en la noche más larga del año. Celebraciones de brillante iluminación, fuegos artificiales, flores y bailes y cánticos como terapias culturales para arrinconar el malestar, reavivar el espíritu y reiniciar el reloj interno.

Stonehenge

Dado que el evento es visto como la inversión del retroceso de la presencia solar en el cielo, se ha celebrado por las distintas culturas el renacimiento del año en lo que se refiere a la vida-muerte-renacimiento de las deidades (dioses solares), así como el uso de calendarios cíclicos basados en el solsticio de invierno. En Japón la diosa solar Amaterasu, la diosa del Sol en el Sintoísmo y antepasada de la Familia Imperial del Japón según dicha religión, desde su reclusión en una cueva el Sol no salía y el mundo se cubrió de tinieblas, los campos morían y el mundo se helaba. Convencida Amaterasu para salir, mediante tretas por los otros dioses, la luz solar regresa de vuelta al Universo. Además se  celebra réquiem por los muertos durante la noche, a la espera de la salida del sol. El Festival Dongzhi del Solsticio de Invierno era uno de los más importantes festivales celebrados por los chinos y otros asiáticos orientales alrededor del 21 de diciembre. Después de esta celebración, se sucedían los días con más horas de luz natural y, por tanto, según su expresión, un aumento de “la energía positiva que fluye”. Tradicionalmente, el Festival Dongzhi es también un tiempo para la reunión de la familia en largas comidas, simbolizando la unidad familiar y la prosperidad. En la antigua Persia, en la noche más larga del año, se supone que Ahriman, el principio del mal, está en la cima de su fuerza. El día siguiente, conocido como el día del Sol, pertenece al dios Ahura Mazda. Desde que los días son cada vez más largos que las noches, este día marca la victoria del Sol sobre la oscuridad. En todas partes (nórdicos, eslavos, kurdos, lapones, celtas, bálticos, iranios y hasta hindúes) se celebraban, y aún celebran, fiestas del solsticio similares.

Amaterasu

En la antigua Roma, y en torno al solsticio de invierno, se celebraba la festividad de las Saturnales, a la luz de velas y antorchas, en honor de Saturno, divinidad agrícola protectora de sembrados y cosechas. Equivalía también al celebrado Cronos por los griegos, que estuvo en activo durante la mítica Edad de Oro de la Tierra, antes de ser destronado por Zeus, cuando los hombres vivían felices, sin separaciones sociales. Probablemente las Saturnales fueran las fiestas de la finalización de los trabajos del campo, celebrada tras la conclusión de la siembra de invierno, cuando el ritmo de las estaciones dejaba tiempo para el descanso. Este dios tenía un templo en el Foro, depositario del Tesoro Público, como signo de prosperidad. Allí su estatua imponente, blandiendo una hoz en la mano, sufría cautividad, pues una cinta de lana, simbólicamente, rodeaba el pedestal de la estatua para impedir que abandonase la ciudad y la privase de su protección. Sólo al llegar las Saturnales quedaba libre de ataduras. Esta liberación simbolizaba la reanudación del ciclo de la vida después de su cautiverio temporal. La fiesta se celebraba el 17 de diciembre, día en que los senadores y los caballeros romanos, vestidos con sus togas ceremoniales, ofrendaban al dios un gran sacrificio, seguido de un banquete público que culminaba con el grito de Io, Saturnalia! Pero con Julio César se prolongaron las Saturnales hasta el día 19. Augusto y Calígula, añadieron sendos días, y con Domiciano se amplió hasta el 23 de diciembre. También se homenajeaba a los generales romanos que habían triunfado en exitosas campañas militares.

Alma-Tadema, Ave Caesar, Io, Saturnalia!, 1880

Eran fiestas consagradas especialmente al jolgorio y la convivencia. Siete días de bulliciosas diversiones y banquetes. Se decoraban las casas con plantas y se visitaban a amigos y familiares, con intercambio de regalos. Era habitual regalarse saquitos de nueces, velas  o pequeños muñecos de arcilla. Se suspendían numerosas actividades públicas: la escuela, el Senado y los tribunales de justicia; se liberaba a los prisioneros, que depositaban, como ex-votos, las cadenas en el templo de Saturno; y hasta se aplazaba la ejecución de las penas capitales. Eran fiestas de gran permisividad, pues muchas prohibiciones durante el año se anulaban en las Saturnales. Se reanudaban los juegos de azar y apuestas, totalmente prohibidos durante el resto del año, incluso para los esclavos. Pero, lo más notable era la inversión social que significaba el intercambio de papeles entre amos y esclavos. Éstos vestían las ropas de sus señores, que les servían en la mesa, disfrutaban de tiempo libre y estaban exentos de castigo. Podían tratar con desprecio a sus amos y hasta jugar a los dados con ellos.

                            

En el 45 a.C., con el calendario juliano, se fijó el 25 de diciembre como el solsticio de invierno. Y en este día Aureliano introdujo (274 d.C.) el culto del Deus Sol Invictus, de origen sirio, el día del nacimiento de todas las divinidades solares orientales, en especial el de Mitra (religión mistérica expandida por los legionarios por todo el imperio romano). Se había comprendido la importancia de una teología de estructura solar monoteísta para la unidad del Imperio. El mismo Constantino fue adepto del culto solar antes de convertirse al cristianismo. Este monoteísmo solar, cuyo culto había estado precedido por las fiestas en honor de Saturno, allanó el camino al Cristianismo para establecer la fecha del natalicio de Cristo y, de paso, acabar con las antiguas celebraciones, no sin grandes dificultades. Para un creyente cristiano, no debería haber conflicto en aceptar la escasa probabilidad de que Cristo naciera un 25 de diciembre, ya que puede celebrar simbólicamente su nacimiento en esa fecha. Debido al retraso del calendario con el tiempo, la reforma gregoriana de 1582 situó el solsticio de invierno en el 21 de diciembre y el Año Nuevo en el 1 de enero, aunque sin aceptación por los cristianos protestantes. Gradualmente las costumbres paganas más permisivas pasaron al día de Año Nuevo, mientras que las de carácter religioso e íntimo, permanecieron aferradas en torno al 25  de diciembre, en tiempos día del solsticio, ahora día de Navidad, en el que los cristianos, como los paganos antes, se afanaban en compartir la alegría, aumentar la hacienda y cumplir con los regalos, a la vez que se entregaban a opíparas mesas. La celebración de la Epifanía en algunos lugares no es más que la extensión de la misma festividad.


                                             

En la actualidad la separación no es nítida, ya que perviven y aún se resucitan tradiciones folclóricas, no estrictamente religiosas, neopaganas a veces, centradas en el 24 y 25 de diciembre. Estas reuniones son apreciadas por la comodidad emocional, sobre todo en poblaciones más al norte en el hemisferio. Los efectos de depresión psicológica del invierno, del frío, cansancio e inactividad, y de los días sin sol, se revierten con las fiestas, las luces y el aumento de la luz solar. Aunque en el presente los festejos (en general) en torno a estas fechas sean herederos directos de las Saturnales romanas, se puede decir que los motivos, ahora, están completamente desvirtuados con relación al pasado.

Es lugar común entre los pensadores de todo tipo que, desde la modernidad el hombre occidental ha sufrido una escisión, un hombre desgarrado que no puede resolver las contradicciones ni superar la tensión de un tiempo que pregona un progreso infinito que le otorgará felicidad, y pierde su ilusión cuando descubre que ni el progreso ni la técnica cumplen con esa promesa. La discusión de lo anterior sería infinita, pero por centrarse en algo concreto, hoy en día, y desde el advenimiento de la revolución industrial, el hombre moderno ha perdido, cada vez más, el contacto con la naturaleza:  habitante de macro ciudades en las que la percepción de los ciclos naturales y la reproducción de plantas y animales ha perdido su significado; la luz artificial ha suplantado a la luz solar y se vive tanto de noche como de día; los festejos se suceden profusamente a lo largo del año, correspondan a hitos naturales o no, como las vacaciones prolongadas; las familias se han transformado y perdido su cohesión (al menos en Occidente); los individuos solitarios, sin descendencia, sin lazos familiares, empiezan a ser mayoría; las familias desunidas o desestructuradas; la escasa descendencia; el hombre irreligioso en suma, han convertido estos festejos en unas actividades compulsivas, de consumo, de diversión, que, como tal compulsión, deja al individuo insatisfecho y agotado emocionalmente. Tal vez sea esa la razón de la cada vez mayor aversión a este tipo de fiestas en un número cada vez mayor de personas: el sentimiento de que no son sus fiestas. El Año Nuevo, vida nueva, se ha convertido, así, de tener un significado, en una frase hueca y carente de él.